Un puñado de jóvenes está descontento con la estructura, con el gobierno, con los políticos. Quieren cambios, persiguen una sociedad mejor. Por eso toman la decisión extrema de empuñar las armas. Montan una barricada y se enfrentan a las fuerzas del orden.

Hoy quizás les llamarían "antisistema". Pero son los actores del musical mítico Los Miserables, una producción de Stage Entertainment que del 7 al 16 de marzo llegará al Auditòrium de Palma. La semana pasada estaban en el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia, dentro de la gira que pasa también por Santander, Sevilla, Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas, Málaga, Gijón, Vigo, Valladolid, Pamplona, San Sebastián, Zaragoza, Murcia o Bilbao.

En las funciones en Palma interpretarán el papel de Eponine tres niñas mallorquinas: Candela Arbona, Rocío Pesquero y Laura Vaquero, elegidas entre medio centenar en una audición que se celebró el día 18. Las intérpretes de este personaje varían en función de la ciudad que acoge el musical de Schönberg y Boublil sobre la novela de Víctor Hugo.

Estamos en París, en 1832. Las Jornadas de Julio han destronado dos años antes al último de los Borbones, Carlos X, para sustituirle por un primo suyo, Luis Felipe, de talante más liberal, que establece una monarquía burguesa. Para los republicanos, eso no es suficiente. A los sublevados se une un hombre maduro pero luchador: Jean Valjean. Lleva toda la vida huyendo de una condena que el sistema penitenciario ha ido incrementando, inicialmente por haber robado un trozo de pan. Quien le persigue incansablemente es un celoso representante de la ley, Javert. El azar hará que Javert caiga en manos de Valjean en las barricadas y la generosa reacción de éste dejará a Javert trágicamente desconcertado.

La puesta en escena que acaba de recalar en Valencia y que en marzo visitará Mallorca corresponde a una nueva versión del musical, concebida en su 25 aniversario. Escenografía y utilería se han concebido más ligeros y transportables. Un sistema de raíles posibilita la rápida sustitución de los decorados. Ahora un barco servido por galeotes, después la sencilla residencia del obispo, a continuación la fábrica que rige el antiguo presidiario, el burdel, la taberna, el jardín de la casa de Valjean y su hija adoptiva€ para culminar con la barricada donde se producen los combates. Una sucesión de transparencias de pinturas del mismo Víctor Hugo permite dotar de profundidad a la escena.

Medio centenar de técnicos, entre quienes integran la compañía en gira y los que forman parte de la plantilla de cada teatro, permite que este complejo mecanismo funcione como un reloj. A los mandos del conjunto, los regidores chequean cada mínimo detalle con un conjunto de pantallas de ordenador a lo largo de las tres horas de representación (con un intermedio).

Los cambios de vestuario y de caracterización tienen que realizarse de forma tan vertiginosa (en función del envejecimiento de los personajes) que entre bambalinas se habilitan camerinos adicionales, con ropas y cabelleras cuidadosamente dispuestas. En total, 392 trajes que componen 1.782 prendas y complementos.

Las pelucas, que permiten transformar a los actores en pedigüeños, prostitutas, gentes del nivel más bajo, componen un punto esencial de la producción. Se les destina un camerino específico, esmeradamente apiladas en estanterías. La compañía viaja con un horno que permite mantenerlas con la apariencia deseada. Y más de una vez se enredan en ellas los micrófonos, minúsculos, que los intérpretes llevan enganchados en la zona superior de la frente, conectados a una petaca en la espalda.