Naturaleza mediterránea, autorretratos desarropado, paisajes, el mar, el efecto del paso del tiempo sobre los objetos. La luz. La pintura de Rafel Joan aspira a captar la esencia primitiva del hombre, sus orígenes, su antigüedad, todo ello inherente al mundo natural, primario y elemental. Acaso el paraíso del artista mallorquín, quien a partir de esta noche (20 horas) mostrará en el museo Es Baluard y en colaboración con el Institut d´Estudis Baleàrics una selección de 46 obras ejecutadas a lo largo de tres décadas.

"Desde mi punto de vista, reforzar los vínculos con la naturaleza es una manera de retirarse para encontrarse a uno mismo", comenta Rafel Joan. De ahí que considere toda esta exposición, brillantemente comisariada por Enrique Juncosa, como una suerte de "gran autorretrato" que revela los equilibrios y oscilaciones entre la rabia y la quietud contemplativa que ha sentido el pintor en ese afán, tan antiguo y remoto en el hombre, de igualar la naturaleza.

Relata Rafel Joan, en el albor del recorrido por la muestra, que lo primero que empezó a realizar, allá por el año 83 -la fecha de su primera individual en 4 Gats-, es el estudio de las figuras, "quería que no se vieran paradas, mi deseo entonces era captar el movimiento", indica. Así, muestra dos grandes lienzos y otro de menor tamaño, Autorretrato con rabia, en el que algún pequeño detalle aporta dinamismo a unas escenas en apariencia bucólicas pero que son atravesadas por algo perturbador: ya sea la luz o el gesto irascible del retratado. Una rabia producida, insiste el pintor, "por la imposibilidad de igualar la naturaleza", de alcanzar el paraíso.

Cuadros figurativos y neoexpresionistas donde representa su estudio de Palma, en el que incluso dormía junto a la pintura -"su compañera, su vida"-, estampas donde aparece desnudo en el campo de Felanitx, jugando con un escarabajo pelotero, o marinas pintadas desde la memoria (Rafel Joan nunca pinta a partir de fotografías) dan paso a pinturas más rojizas y monocromáticas, fruto de su paso por Marruecos. El desierto o la escena de unos hombres -dibujados con el dedo- fumando en la calle de Sidi Rahel, un pequeño pueblo sin luz eléctrica, abren paso a paisajes urbanos decadentes (la modernidad): es el Raval en la Barcelona preolímpica, la parte antigua donde se originó la ciudad (otra vez los orígenes). Callejones que permiten trabajar la profundidad, vagabundos con todas sus pertenencias en carritos, bares, la plaza Real, donde tuvo un taller. Un continuo de grises y azules que desemboca en una serie negra, de cuadros oscuros pintados de noche, no exentos de rabia, que de repente se tornan en luz, en descomposiciones de luz que parecen peces (Rafel Joan conoce la transparencia del agua, bucea habitualmente), piezas marítimas, unas pinturas que abandonan aquella ira para encontrar la unidad y el equilibrio, una quietud contemplativa activa ejecutada -pincel en mano- con mayor depuración y esencialidad, acercándose al paraíso. Un paraíso que puede que se parezca a ese bienestar que encontró en Can Meravell (Felanitx).

Un estupendo catálogo acompaña la exposición. Los textos los firman Enrique Juncosa, Miquel Barceló, el articulista de Diario de Mallorca José Carlos Llop, Arnau Pons y Agustí Villaronga.