No cumple a rajatabla el certificado de garantía de la mejor comedia francesa, que atraviesa unos momentos espléndidos, pero a pesar de ello y de que deja la impresión de que no saca el mayor partido posible del argumento, tiene momentos inspirados de sobra para no sólo interesar, también para que el espectador se identifique en alguna medida con la amplia gama de personajes que desfilan por la pantalla.

Es el quinto largometraje, primero que se estrena en los cines españoles, del director Eric Lavaine y es, por encima de todo, una apología de la amistad, entendida como un vinculo necesario que permite al ser humano superar en teoría situaciones de crisis que podrían arruinar su existencia. Lo que ha hecho el realizador, con la colaboración en el guión de Héctor Cabello Reyes, es inspirarse en su propio círculo de amigos, si bien ha mezclado en todos ellos rasgos de unos y otros para evitar engorrosas identificaciones.

La historia está contada a través de Antoine, uno de los diez amigos que conforman el cuadro de individuos que definen la cinta y que han forjado, con el paso del tiempo, una especie de gran familia sin vínculos de sangre que han hecho de la comida, a menudo en forma de barbacoa, la ceremonia para la reflexión y el diálogo. Todos ellos se mueven en el ámbito de la clase media acomodada y salvo uno, que es el que más alejado está de la estabilidad económica, están casados, si bien hay un matrimonio roto que no acaba de disolverse del todo porque todavía tienen muchas cuentas pendientes.

Se reúnen a menudo y comparten secretos y vivencias, hasta el extremo de que han prescindido casi por completo de la familia tradicional. Divertida a veces y menos inspirada en otras, es una mirada en tono limitado pero nunca despreciable de un escenario humano muy de nuestro tiempo, del aquí y del ahora que no llega a entrar de lleno en su escenario pero que aporta consideraciones valiosas.