Era una empresa sumamente difícil y arriesgada y hay que adelantar que no ha dado los positivos resultados que cabía esperar de lo que era, en principio, una evidente garantía, la presencia en la dirección de Kenneth Branagh, El gran amante de Shakespere, actor y director de títulos como Enrique V, Hamlet y Mucho ruido y pocas nueces, además de otros de indiscutible calidad, caso de Los amigos de Peter y el musical Trabajos de amor perdidos, no ha estado aquí a la altura deseada.

Es verdad que configura un producto estéticamente muy cuidado y con momentos brillantes, pero sin aportar nada de su propia cosecha y limitándose a seguir al pie de la letra el cuento clásico a partir de la versión de animación de Disney de 1950.

Es más, la cinta adolece de una considerable falta de iniciativa en todos los órdenes, de modo que un argumento tan previsible y conocido, estirado además para alcanzar un metraje standard, se hace a la postre un tanto tedioso. La mejor secuencia, la de la protagonista convertida en una bellísima princesa gracias a la magia de su Hada Madrina, no puede compensar situaciones sin el necesario vigor.

Lo más preocupante para quienes admirábamos gran parte de la obra de Branagh es que esta película encaja por completo en sus últimos trabajos, concretamente en el de cosas tan condicionadas por la rentabilidad cono Thor y Jack Ryan. Operación sombra, que tienen un parentesco muy lejano con la filmo- grafía precedente del cineasta inglés. En ellas no se pierde toda la intensidad y las cualidades de su cine, si bien las concesiones saltan a la vista y las apuestas personales hay que buscarlas con lupa. Eso sí, al tener a su disposición unos elevadísimos presupuestos y todo un aparato de efectos digitales abrumador, se consiguen logros notables en materia visual.

Con una estimable labor en el cometido de Cenicienta de Lily James, donde su único papel de peso ha sido en Ira de titanes, bien respaldada en el rol de la Madrastra por una Cate Blanchet que siempre sabe dar consistencia a sus personajes, el cuento logra satisfacer a un determinado auditorio, el incondicional de los cuentos.