Parecía imposible, pero es un hecho que se ha logrado revitalizar, de forma más que meritoria, una serie que se daba por muerta y enterrada y por la que nadie apostaba nada. En efecto, Rocky, que nació allá por 1976, todavía tiene capacidad para atraer, algo insólito teniendo en cuenta los mediocres resultados de las entregas más recientes, incluyendo por supuesto la última estrenada, Rocky Balboa, que se vio en 2008.

Pues bien, siete años después un casi desconocido realizador, el afroamericano Ryan Coogler, que debutó en el largometraje en 2013 con Fruitvale Station, no exhibida en España, reanimó esta saga y convocó a las salas de cine a una gran masa de incondicionales de la misma. Es más, se ha conseguido el milagro de que Sylvester Stallone, verdadero artífice de este fenómeno y productor de esta última cinta, sea nominado al Premio Oscar al mejor actor de reparto, con muchas posibilidades de lograrlo tras haber conquistado en idéntico apartado el Globo de Oro.

Una prueba contundente de que la cosa ha mejorado mucho la tenemos en que a pesar de un metraje de 130 minutos la cinta no pierde casi nunca su capacidad de interesar. La habilidad del director no es otra que retomar el espíritu original de los personajes y dotar a los fotogramas de un sabor inequívocamente asociado a la primera película, que no debe olvidarse mereció tres Oscars, incluidos mejor película y director.

Es así como se entra en el meollo de la historia de la mano de Adonis Johnson, un joven de color que lleva en sus genes la pasión por el boxeo de su padre, el que fuera extraordinario púgil Apollo Creek, fallecido como resultado de los daños sufridos en un combate. Adonis ni siquiera llegó a conocerle, pero ha heredado su enorme afición por este deporte en el que pretende abrirse camino. Dejará para ello a su madre adoptiva y logrará convencer a Rocky Balboa para que se convierta en su entrenador.