Es un espectáculo desigual y con altibajos, que pierde el ritmo por momentos, expresamente realizado para adolescentes, que combina con cierta habilidad, aunque sin rebasar unas cotas muy discretas, el cine de ciencia ficción y el de aventuras a partir de una fuente con capacidad para interesar a este auditorio, la novela de Veronica Roth.

No es, por tanto, ni original ni brillante, moviéndose en las mismas coordenadas que Los Juegos del Hambre, pero sí vende a buen precio unos efectos visuales llamativos y unas gotas de romanticismo que generan el entusiasmo juvenil. De ahí que la loable acogida en taquilla de Divergente (2014) y de La serie Divergente: Insurgente (2015), volverá sin duda a repetirse ahora con Leal , que ha dirigido el alemán Robert Schentke, que ya firmó la cinta precedente.

Lo que casi nadie pone en duda es que este es un cine con escasa capacidad para abrir nuevas fronteras tanto en el campo de la estética como en el de la visión de un mundo futuro marcado por el apocalipsis y la guerra civil. Volvemos a Chicago, convertida en la ciudad que acoge todo el conflicto mundial, que coloca al ser humano al borde de la desaparición y que sigue a un paso de sumergirse en una contienda civil.

La atractiva e inteligente Tris, considerada una mujer genéticamente pura, consigue huir de la inmensa y desolada urbe en compañía de Cuatro, Cristina, Peter, Tori y Caleb, aunque con un grupo de guardias armados pisándoles los talones y a los que sólo se quitarán de encima cuando son rescatados y conducidos al Departamento de Bienestar Genético.

Para ellos será una experiencia impresionante comprobar el estado calamitoso de una ciudad calcinada, rodeada por un páramo tóxico. En Bienestar, por otra parte, se ha afianzado David, que asume la condición de cerebro y que considera a Tris como un modelo a seguir y a la que trata con rango de privilegio.