El cineasta australiano Roger Donaldson ha confeccionado un thriller nada convencional que se mueve en coordenadas en principio similares a otros muchos productos de la especialidad pero que sabe alejarse de ellas para buscar opciones bastante diferentes y más sugestivas y convincentes.

Es una pena, sin embargo, que el debate moral que acompaña los fotogramas no sea más riguroso y que en la parte final tienda a embrollar demasiado las cosas y a crear con ello un cierto desconcierto.

Situada en Nueva Orleans, la cinta da la impresión en sus comienzos que va a ser una variante mínima del argumento del consabido justiciero empeñado en vengar un terrible suceso que puede quedar en la impunidad por la poca eficacia de las fuerzas del orden. La víctima, una atractiva música, ha sido objeto de una salvaje agresión sexual. Su esposo, el profesor de literatura Will Gerard, está consternado y es un ser muy fácil de manipular por parte de Simon, un tipo misterioso que le ofrece, a cambio simplemente de un irrelevante favor en el futuro, una justicia contundente e inmediata.

Todo sugiere, en efecto, el trillado tema de la típica venganza parapolicial llevada a cabo por personas que se toman la justicia por su mano, pero lo cierto es que el relato experimenta una serie de giros que nos llevan en diferente dirección. Algo que se hace patente seis meses después, cuando ya Will ha olvidado casi el asunto y su esposa se ha recuperado por completo de sus secuelas.

Lo que menos podía imaginar él es que Simon iba a irrumpir de nuevo en su vida para reclamarle el pago de su deuda, algo que no entraña dinero, por desgracia, sino una actuación personal bastante más peligrosa de lo que se le insinuó en su día. Un planteamiento que reabre una vía angustiosa que depara algunos componentes estimulantes.