Se apoya en dos aspectos esenciales, la profesionalidad de la actriz Melissa McCarthy, que sabe dar consistencia a sus personajes mediante un sentido del humor que explota su físico nada convencional, y la habilidad narrativa del director Paul Feig, que a pesar de haberse formado en la pequeña pantalla y de que ha dedicado la mayor parte de su trabajo a la televisión, se defiende en el cine con un mínimo de soltura.

Con estos ingredientes se ha elaborado una comedia de acción que a pesar de que no es todo lo divertida y brillante que prometía, por lo menos no es un insulto a la inteligencia. El que, además, el guión lo haya escrito el propio director y que estemos ante la tercera colaboración entre Paul Feig y Melissa McCarthy, tras La boda de mi mejor amiga y, especialmente, Cuerpos especiales, en donde ella eclipsaba a Sandra Bullock, aporta un toque de compenetración entre ambos que no escapa a nadie.

Más que una parodia o una sátira del cine de espías, que en ocasiones lo es valiéndose del filón de James Bond, lo que resalta en la cinta es la intención de llevar un relato típico del universo del espionaje a sus últimas consecuencias en base a una galería de personajes más o menos representativa del género.

En este sentido la labor de Melissa McCarthy como la analista de la CIA Susan Cooper es decisiva. Es una mujer encerrada en un triste sótano de la Central y con exceso de peso que no tiene apenas estímulos en su vida y que, como ella misma afirma, lleva más de tres años sin actividad sexual.

Por eso cuando supuestamente su mejor amigo y compañero de trabajo, Bradley Fine, muere en acto de servicio, ella cree llegado el momento de pasar a la acción. Para ello se le encarga una delicada y peligrosa misión que le traslada a Europa, concretamente a París, Roma y Budapest. Ha de evitar que un arsenal de gran poder de destrucción caiga en manos de un terrorista, lo que le obliga a utilizar la técnica de infiltrarse en el enemigo.