Muestra signos inequívocos de buen cine, tanto en el plano narrativo como en el de los temas que elije de su propia cosecha, no en balde es también guionista único, y permite entrever las mejores perspectivas de futuro para el realizador israelí Samuel Maoz, que llamó la atención de público y crítica cuando en 2009 se hizo en el Festival de Venecia con el León de Oro con su opera prima, Lebanon.

Han pasado ya nueve años desde aquello, en los que el cineasta solo ha realizado un documental y un corto, pero en ningún caso se ha visto afectada su vena creativa. Foxtrot, que se llama así porque para Maoz este baile vincula al hombre con su destino, nos introduce en un marco humano, político y familiar que denota la lucidez de unas imágenes con un enorme sedimento crítico y con unos personajes coherentes e inmersos en un contexto revelador.

Ganadora de siete de los galardones del cine israelí del pasado año, incluidos los de mejor película, director, actor y guión, la cinta está dividida en tres partes bien diferenciadas, pero conectadas plenamente entre sí. Lo único que desestabiliza un tanto y de forma esporádica lo que vemos es esa tendencia del director a estirar en exceso la introducción, recreándose en aspectos que podrían pulirse y que evitarían alguna laguna en la narración, una circunstancia heredada de su condición documentalista. Pero pronto se produce una recuperación que permite saborear fotogramas llenos de sentido.

En el primer segmento describe el paulatino enfurecimiento con la estúpida burocracia castrense de un padre al que acaban de comunicar la muerte de su hijo, un joven cabo en pleno servicio militar, y de una madre que no tiene fuerzas para preparar la ceremonia fúnebre. Más sentido del humor y un tono surrealista se dejan sentir en el segundo, localizado en un remoto y aislado puesto de servicio en una zona desértica en la que soldados jóvenes tratan de combatir el crónico aburrimiento con recursos insospechados y en el que florecen de la imaginación de uno de aquéllos relatos fascinantes y llenos de encanto. Se abre así el camino a un final que sorprenderá y que devuelve el protagonismo a los padres. Un empeño personal y original, revestido de soltura y de espíritu crítico que merece toda la consideración.