Sus mejores logros se concentran, sin duda, en un guión a menudo inteligente e imaginativo que denota influencias de la comedia cínica, del cine negro clásico y del thriller violento. Su handicap, sin embargo, es que la realización no está al mismo nivel y las soluciones que escoge el director Carlos Theron no son, desde luego, las idóneas e incluso a veces ni siquiera son brillantes.

Pero teniendo presente que se trata de la segunda película del cineasta, que previamente solo había firmado Fuga de cerebros, que fue un gran éxito en taquilla, no conviene ser demasiado severo con él, porque apunta cosas prometedoras en el futuro.

Entre otras cosas, cultiva unos diálogos sabrosos y saca un partido encomiable de un grupo de actores nada relevantes pero eficaces. Rodada en escenarios de Gijón, y en mucha menor medida de Málaga, la cinta pone sobre el tapete la influencia decisiva que la suerte juega en la vida de las personas.

Eso es lo que, al menos, piensa Rai, que siente que su mala suerte es un estigma que condiciona su presente y su futuro. Algo que se hace patente en la secuencia inicial, en la que tiene un accidente que destruye el botín con el que tenía que pagar una deuda contraída con un mafioso asesino que no tiene contemplación alguna con quienes no satisfacen sus deseos. Una vuelta atrás nos aporta antecedentes del protagonista, que ha tenido a menudo domicilio fijo en prisión, empeñado en iniciar un nuevo ciclo en su vida al recuperar la libertad, algo que pasa por unirse a la mujer de su vida.

Un esquema muy socorrido que aquí se reivindica en alguna medida por sus brotes de humor y por detalles ingeniosos que contribuyen a disipar el peligro del tópico.