Continúa el candente discurso de la directora madrileña Inés París sobre los problemas de la mujer y es una comedia divertida que brilla con luz propia en su primera mitad y que, a pesar de sufrir alguna recaí- da en la segunda, logra reponerse de sus ligeros desfallecimientos.

En cualquier caso, denota el progreso de su cine y su cada vez mayor afianzamiento en un género, la comedia, que es en el que más a gusto se encuentra. En su obra, que comprende títulos como A mi madre le gustan las mujeres, Semen, una historia de amor y Miguel y William, esta última sobre un hipotético encuentro entre Cervantes y Shakespeare, se ha ido configurando un estilo cada vez más fluido y con mayor capacidad para llegar al público.

Esa línea se deja sentir especialmente en esta película, no sólo por el grado de madurez progresivo de la cineasta, también por su acierto a la hora de elegir un reparto espléndido en el que figuran algunos de los nombres más en forma de nuestro cine. Ese es el caso, por supuesto, de una Belén Rueda incrustada en un ámbito que no es habitualmente el suyo, la comedia, e inmersa en un cometido que le exige numerosos y muy diversos registros.

Aquí tiene opciones para el drama y para el humor negro y nunca pierde el sentido de la trama. A su lado, Eduard Fernández sigue demostrando su indiscutible talla con recursos tan notables como eficaces. Y no puede pasarse por alto, asimismo, la labor encomiable de María Pujalte, del alicantino Fele Martínez y de un argentino, Diego Peretti, que interpreta su propio papel y que consigue elevar el nivel de lo que vemos desde el instante en que aparece.

La práctica totalidad de la historia transcurre en una noche, durante lo que iba a ser una cena de negocios y que acaba convirtiéndose en un inusitado y sorprendente desmadre con cadáver incluido. Y por si no bastara con este planteamiento con ingredientes explosivos, una serie de bruscos giros permiten llevar las cosas a un terreno insospechado.