Mantiene el más que estimable nivel de las películas de animación de la factoría DreamWorks, yendo de menos a más tras un comienzo solo discreto, y extrae con fortuna del baúl de los recuerdos unos personajes, Mr. Peabody y Sherman, que protagonizaron en la década de los cincuenta una serie de televisión que se hizo enormemente popular en Estados Unidos.

Tanto es así que fue la cuna de otra todavía de mayor éxito, Rocky y Bullwinkle, que también fue llevada a la pantalla grande pero con personajes reales, con Robert de Niro de protagonista, y mucha menos fortuna.

Imaginativa, con un despliegue visual considerable que se hace patente, sobre todo, cuando se recurre a un aparato revolucionario de viajes en el tiempo, el Vueltatrás, es por encima de todo una apología de la amistad entre el hombre y el perro, aquí con los roles cambiados, de modo que el perro, Mr. Peabody, ejerce de tutor mientras que el hombre, es decir el niño Sherman, hace las veces de mascota.

No hay que perder de vista que el director, Rob Minkoff, que ha desarrollado en los últimos años una fructífera obra de largometrajes con personajes reales, debutó en el cine nada menos que con El Rey León, uno de los mayores impactos en taquilla de la historia de los estudios Disney.

Entrar en los dominios de los dos protagonistas, Peabody y Sherman, es abrir una vía de acceso a una relación modélica que, sin embargo, va a vivir momentos de increíble peligro y tensión como consecuencia de la tendencia de Sherman a meterse donde no le llaman y a irse de la lengua en el tema de la creación más revolucionaria de Peabody.

Es cierto que no puede sustraerse a impresionar a la simpática y atractiva Penny, pero ese desliz va a suponer que la historia presente, pasada y futura del planeta se sumerja, fruto de los efectos de un agujero en el universo, en un caos de difícil resolución. Es, por supuesto, el pretexto para que la película saque a relucir sus mejores galas estéticas, visuales y argumentales.