Está dividiendo a público y crítica y es una película llamada a la discusión y a la polémica que sorprende porque no sólo es creativa y singular sino que revela que tras sus fotogramas hay un cineasta con destellos narrativos más que sorprendentes si reparamos en que estamos ante su segundo largometraje.

Y es más, Carlos Vermut, que debutó en 2011 con Diamond Flash, que no vimos en Alicante y que tuvo un estreno comercial casi maldito, es también autor único del guión, lo que subraya que sabe lo que hace y que tiene innegable proyección de futuro. Su Concha de Oro en el Festival de San Sebastián y el premio al mejor director puede ser una recompensa exagerada para algunos, si bien hay que decir que fue uno de los pocos títulos contra corriente y fuera de la rutina que desfilaron por el certamen donostiarra. Aunque hay cosas que pueden resultar chocantes y se advierte una descompensación en las imágenes en la segunda mitad, fruto en ocasiones de estar demasiado alargada, no se le puede negar una realización más que sugestiva y rasgos de buen cine.

Producto, desde luego, insólito en nuestra industria, tiene factores que remiten a un cine negro que quiere tener raíces clásicas, pero que acaba derivando a los dominios de lo genuino y personal. Sus comienzos remiten, sin embargo, al drama familiar cargado de ingredientes emotivos, ya que Alicia, una niña de apenas doce años, es víctima de una leucemia que no abre la vía, precisamente, a la esperanza. Tanto es así que su padre, Luis, consciente de su realidad, está empeñado en regalarle lo que representa su mayor ilusión, el traje de la protagonista de una serie japonesa de televisión, Magical Girl Yukiko, de la que es gran admiradora.

Lo terrible es que su capricho es algo imposible para su bolsillo, lo que obliga a su padre a llevar su afán a las últimas consecuencias. Una solución que pasa por su casual encuentro con Bárbara, una mujer tan atractiva como inestable mentalmente, y con Damián, sin duda el personaje más complejo y discutible, un profesor retirado que lleva las cosas personales a un terreno de absoluta locura.