Nunca es tarde si la dicha es buena y algo así debió pensar Eleanor Coppola, la esposa del gran director Francis Coppola de la trilogía 'El padrino', para atreverse a dirigir su primera película a los 80 años. Lo más curioso, con todo, es que no sólo se apoyaba en un guion propio sino que la historia que contaba estaba inspirada en una experiencia personal que vivió en 2009.

El caso es que su osadía pudo más que todos los inconvenientes que se daban cita en semejante proyecto y la cineasta octogenaria, alentada también por una amiga que le aportó los pocos ánimos que necesitaba, inició en un plazo record un singular rodaje. Es más, hasta llegó a superar el abandono, en la víspera de dar el primer golpe de claqueta, del actor que incorporaba al marido de la protagonista, encontrando plenamente dispuesto a un Alec Baldwin idóneo para el cometido. No se puede en sus circunstancias llegar más lejos.

El resultado de esta increíble aventura, que resulta algo reiterativa y que pierde fuerza y gancho en la segunda mitad, no es muy satisfactoria, pero sí tiene virtudes que no pasan de largo, especialmente el encanto de una Diane Lane que aporta a su personaje todo aquello que requiere para adquirir coherencia y una enorme vitalidad. Lo que la realizadora nos regala es una 'road movie' que nos invita a un recorrido privilegiado, con meta en París, por la campiña francesa con trazos que permiten degustar la más privilegiada gastronomía gala. Podría pasar, sin duda, por un spot publicitario que cuida y elogia de modo singular los quesos y vinos del entorno.

Naturalmente, la cosa no acaba ahí, ya que falta lo más importante, el factor humano y el obligado romanticismo. Y es que el viaje lo llevan a cabo una mujer, Anne, la esposa de Michael, un productor de cine norteamericano tan activo como poco detallista, y un colega galo de este último con claros signos de seductor, Jacques. Ambos se conocen y desde un principio queda claro que Jacques va a hacer uso de sus mejores galas de seductor. Una oportunidad semejante, fruto de un súbito malestar que afecta a Anne y que le obliga a renunciar a viajar hasta Hungría para encontrarse con su marido, no suele llover del cielo. Se abre paso así un itinerario de turismo de alto standing que conlleva placeres de toda índole.