Los hechos son siempre unos, pero la verdad, por mucho que nos cueste aceptarlo, es inescrutable: los relatos se multiplican, las versiones no son todas contrastables y las apariencias nos engañan. Esta idea que hace las delicias de postmodernos y relativistas también es la terrible conclusión que cimienta Perdida, el fantástico noir con el que la periodista y escritora Gillian Flynn sacudió la escena hace ya dos años, y llevada ahora al cine por David Fincher, probablemente, el cineasta estadounidense actual mejor dotado para el thriller.

Los seguidores de la obra de Flynn lo tienen algo crudo para dejarse sorprender por una trama que no impacta por igual en la segunda lectura, pero los que se acerquen sin información disfrutarán de lo lindo con un trabajo del que es preferible contar sólo su premisa: un hombre es acusado de la desaparición de su mujer justo cuando se cumple el quinto aniversario de su matrimonio, y el caso, por distintas razones y motivos, se convierte en carne de telediario a nivel nacional.

Sin apenas desviarse de la estructura del libro, el cineasta trenza una trama donde la desconfianza es el material sensible que moldear y donde cada uno de los personajes tiene una visión de los hechos que ofrecer, desde el marido a la esposa (gran acierto de casting escoger a Ben Affleck, pero más aún a Rosamund Pike, heredera perfecta de las gélidas rubias hithcockianas), sin olvidar a la familia, los abogados y los medios de comunicación.

Motor y corazón de la intriga, esa miríada de interpretaciones de lo sucedido conforma, como se ha dicho, el núcleo de la película, pero igualmente el espejo donde Fincher y Flynn, que también ha participado del guión de la cinta, proyectan su pesimismo en torno a las relaciones maritales y proyectan el miedo que provoca preguntarse, con el rostro del otro frente al tuyo, qué demonios le pasa por la cabeza a tu compañero de cama.