El cine queda en silencio y de la oscuridad absoluta emergen unos paísajes apabullantes, planos infinitos que cortan la respiración, cataratas majestuosas, cielos infinitos, montañas rocosas repletas de recovecos donde empezar a perderse.

Y, en esos primeros instantes, completados con dos escenas que no desvelaremos, uno cree que, después de todo, el entusiasmo, los nervios y las expectativas depositadas en el regreso de Ridley Scott a la ciencia ficción, terreno al que pertenecen sus dos obras capitales, 'Blade Runner' y 'Alien. El octavo pasajero', se van a ver recompensadas, que sí, que esta vez Scott no va a fallar y va a entregar una película sobresaliente, algo que no ocurre desde la sobrevalorada 'Gladiator', hace ya doce años.

Y todo fluye con interés, la atmósfera de la nave 'Prometheus' se nos muestra en todo su esplendor, reconocemos ese universo que nos aterró dos décadas atrás, intuimos que la fórmula funciona, que no se ha desgastado el poder de hipnosis de un director sin rumbo en los últimos años, que el genio no se había acabado, estaba escondido, esperando la oportunidad de volver a casa para deslumbrar una vez más. Y es entonces cuando, una vez presentados sus personajes y misión final, uno empieza a torcer el gesto. Cuidado, el caramelo puede estar envenenado. Scott, vas a volver a hacerlo. Una vez más.

No seamos injustos. El problema real de 'Prometheus' no es su director, todo lo contrario, Scott rueda con intensidad, mano firme, narrando con pulso maestro la historia, sin 'peros' que valgan, con la búsqueda eterna de la perfección, momentáneamente conseguida, y espíritu rejuvenecido, ayudado por la fotografía de Dariusz Wolski y la espléndida banda sonora de Marc Streitenfeld.

El lastre, la bala que hiere el reencuentro del realizador inglés con su criatura más amada, es su guión. Damon Lindelof, uno de los máximos responsables de 'Lost', y John Spaihts aportan un libreto con tal cantidad de lagunas, incoherencias y estupideces que solamente sus rendidos homenajes al género y a su director consiguen salvarlo del desastre más absoluto. De más a menos, todo lo contrario que su vertiente de cine espectáculo, 'Prometheus', comienza como una rutilante demostración de genio en estado puro para terminar convertida en aventura de acción espacial de tres al cuarto, magistralmente plasmada en pantalla, sí, pero tópica y tramposa.

Porque no se puede engañar al espectador, se puede jugar, interactuar, pero no puedes vender lo que no vas a ofrecer. Aquellos que esperaban la ansiada precuela de 'Alien', como si semejante obra maestra necesitara algún añadido más, no la van a encontrar. Estamos ante un reinicio de franquicia nada alejado del que llevaron a cabo George Lucas con su saga espacial o, más reciéntemente, Marc Webb con Spiderman. Búsqueda de taquilla, totalmente lícita, pero que utiliza su referente como estrategia de comercio y publicidad, no como fuente de inspiración artística, más allá de la estética.

Como cine de acción, 'Prometheus' es un indiscutible espectáculo en el que las palomitas se pueden atragantar en sus mejores momentos, aquellos que con su exceso, su jugueteo con el gore y el terror gótico, nos trasladan a los tiempos de la extrañada Sargento Ripley, homenajeada en la figura del personaje de Noomi Rapace, lo mejor del reparto junto al inconmensurableMichael Fassbender, actor total que se desmarca con otro recital gracias al personaje más complejo e interesante de la cinta, el androide Dave. Como cine reflexivo sobre donde venimos y a donde vamos, se queda en panfleto gratuito y desinflado.

Como precuela de 'Alien', no existe. Como reivindicación de Ridley Scott, funciona, aún queda esperanza de que, con otra historia en sus manos, su semiperdido estatus de autor regrese en forma de aplauso unánime de crítica y público. Como esperada obra maestra, decepciona. 'Prometheus' es, ni más ni menos, que una buena, simple y efectiva, película de ciencia ficción. Un caramelo repleto de preguntas sin respuestas destinadas a solucionarse en sucesivas entregas.

El papel es precioso pero, dentro, hay poco más que un caramelo y, aunque no esté envenenado del todo, deja un sabor demasiado agridulce. Y ya se sabe, a falta de pan, buenas son palomitas. ¿O no, Ridley?