Sube su rendimiento a medida que avanza la proyección, especialmente cuando asistimos al delirio imaginativo de los comidanimales en la isla Tragaldabas, y en este sentido hay que reconocer que esta secuela de la cinta que vimos en 2009, aun siendo inferior al original, cumple casi siempre con el requisito fundamental de entretener al auditorio menudo.

No es un largometraje de animación especialmente inspirado ni formará parte de antología alguna, pero consigue despertar la curiosidad y el encanto con seres tan peculiares como los tacodrilos, gambancés, patatótamos, burguerañas, puerrisaurios gigantes, sandifantes, fresas y pepenillos, todos ellos surgidos de la inusitada combinación de un animal con un producto alimenticio.

Con nuevos directores como responsables, se deja sentir la labor, sobre todo, de Cody Cameron, un prestigioso guionista gráfico que trabajó en las tres primeras entregas de Shrek, en Locos por el surf y en las dos secuelas de 'Colegas en el bosque', la última de las cuales dirigió. Su colega en la realización, Kris Pearn, es un debutante que inicia su trayectoria con aceptables expectativas. Sin el libro de Judi y Ron Barrett como guía, que se agotó en la cinta precedente, lo único que queda de los citados autores, y no es poco, son los personajes.

Por eso se han necesitado cinco guionistas y argumentistas para urdir un relato que lograse mantener un delicado equilibrio, en el sentido de conservar el espíritu del texto pero cambiando por completo las circunstancias y los resortes de la nueva aventura.

En el meollo de la cinta figura, por supuesto, el inventor Flint Lockwood que después de salvar la Tierra de una situación desesperada, luchando contra su maléfico invento, una máquina que convierte el agua en comida y que desencadenaba un diluvio de hamburguesas y un aluvión de tornados de queso, se las tiene que volver a ver de nuevo con ella en una emergencia todavía, si cabe, más delicada.