Acción saturada de recursos trillados, agentes inmersos en la desarticulación de cárteles de drogas y enfrentamientos que hacen vibrar a fusiles de alta precisión y que se solventan con el consabido exterminio de los delincuentes conforman el muestrario de esta película irrelevante y sin señas de identidad propias que nos devuelve en un cometido de protagonista, tras su periodo dedicado a la actividad política en California, a un Arnold Schwarzenegger que a pesar de que ya no es precisamente un jovencito parece empeñado en seguir haciendo de superhéroe en la pantalla grande.

Mientras su nombre siga vendiendo y sus trabajos se coticen al alza será inevitable que nos topemos con sus funestas aventuras. Aquí lo descubrimos liderando un grupo de policías dedicados a operaciones especiales que se mueven, sobre todo, en los ámbitos de las drogas. Todo muy convencional y socorrido y con personajes, tanto los narcotraficantes como los que luchan por hacer cumplir la ley, cortados por patrones muy maniqueos.

En el cometido de Breacher, Schwarzenegger sigue al pie del cañón no sólo capitaneando a sus hombres frente a un peligroso y siniestro enemigo, también actuando por motivaciones personales que nos llevan al terreno de la venganza.

De hecho, el prólogo de la cinta nos revela cómo su esposa y su hijo caen en las garras de uno de estos cárteles y son sometidos a un proceso de tortura y de degradación de una crueldad inimaginable que él contempla en un vídeo infernal.

La historia se reanuda ocho meses después de esta tragedia familiar, con Breacher encargado de nuevo por sus superiores de acabar con una banda de asesinos al servicio de los capos de la droga. Una excusa para que el crepitar de las pistolas no se haga esperar, incluyendo alguna que otra persecución y los enfrentamientos de marras.

Material de relleno y sin el más recóndito interés, que no excluye el robo de importantes cantidades de dinero por parte de agentes corruptos, que no logra mantener el tono a lo largo de un metraje salpicado de altibajos y con una realización mediocre. David Ayer, el director, trata de salir airoso, sin conseguirlo, en los dominios del puro telefilm.