Ted ya era lo que era y era poco más: una comedia mediocre que confiaba su presunta diferencia al protagonismo de un oso de peluche muy presto a la irreverencia. Por lo que fuera, se alzó en éxito, así que era de esperar una segunda parte que ahora podemos certificar como claramente inferior en su falta de novedad y en el desgaste del personaje, a quien se le pretenden trazas de seducción pero no alcanza de ningún modo, ni por diseño, texto, contexto o intervenciones, la categoría de carismático, entrañable o siquiera simpático.

De algo no cabe duda: estamos ante una comedia de Seth MacFarlane. Y no cabe duda, precisamente, porque podría ser la comedia de cualquier otro. Creador de la serie de animación Padre de familia e ideólogo y voz de este oso Ted, MacFarlane dispone aquí un argumento estándar en el que el peluche, decidido a constituir una familia, se encuentra expuesto al ninguneo de un gobierno que se resiste a reconocerlo como persona y le escamotea sus derechos civiles.

El desarrollo de la trama hasta el juicio consabido será mínimo, un mero descampado de guión en el que, a lo largo de dos horas, MacFarlane irá vertiendo ocurrencias como quien desagua un camión de chascarrillos a costa de famosos, descartes del club de la comedia, sal gorda que en su precaria elaboración huele a impostura, una celebración insistente de la marihuana que tal vez explique su naturaleza inercial y ni un amago de puesta en escena, audacia visual, subversión auténtica o poderío para fijar gags. Ted 2 es, de nuevo y sin más, un peluche diciendo palabrotas. Si con eso basta, será suficiente.