En sus imágenes impera de principio a fin la mediocridad más absoluta, certificando en todo momento la ausencia de recursos de todo tipo del director Brian A. Miller, responsable de una breve filmografía de cuatro largometrajes previos que no han llegado a España pero que ya adelantaban sus limitaciones narrativas y dramáticas.

Lo peor es que desaprovecha por completo un reparto de indudable magnitud, en el que figuran tres nombres de la talla de Bruce Willis, John Cusack y Jason Patric, que nunca han estado tan desorientados en la pantalla. La cinta quiere aprovecharse claramente de una coyuntura favorable al cine violento y sustentado en la venganza, de modo que se apoya en un funesto guión de Andre Fabrizio y Jeremy Passmore que no es otra cosa que una anodina investigación, en clave de thriller impersonal, sobre una joven desaparecida salpicada de secuencias de acción que se valen de los tiroteos y de las persecuciones para tratar de atraerse al público.

Ni un solo segundo se logra ese objetivo. Convertida en un fracaso comercial en Estados Unidos inevitable, porque no tiene ninguna capacidad de convocatoria, la cinta se abre en 1993 en Nueva Orleans con las únicas imágenes relativamente impactantes, la terrible muerte en un atentado de una madre y de su hija pequeña, fruto de un explosivo que en realidad iba destinado al padre, Omar, y del que éste, un líder mafioso, ha sido testigo involuntario en primera fila.

El responsable de esta tragedia es Paul Brennan, un individuo que formaba parte entonces de la mafia local pero que en ningún caso quiso matar a seres inocentes. Por eso se retiró de la actividad criminal y se entregó a su negocio en un taller mecánico. Pasados trece años, sin embargo, Omar consigue iniciar el proceso que le debe llevar a vengarse de tan reprobable crimen. Ha encontrado, por fin, a la hija del asesino y la ha secuestrado para que le sirva de cebo para atraer a Paul y acabar con él.