Resalta por encima de todo las emociones, dejando a un lado los sentimientos, que parecen un tanto aletargados, y es el feliz y notable regreso al cine ficción de uno de los grandes cineastas europeos de los últimos tiempos, el alemán Wim Wenders, entregado ahora con mayor asiduidad al documental, con muestras al respecto de la calidad de La sal de la tierra.

Lo mejor de la película es su soberbia sintaxis y un estilo narrativo aparentemente lento que, sin embargo, dota a los personajes y a su entorno humano de una definición asombrosa. Hay mucha poesía en los fotogramas y también se dejan sentir los efectos de unos terribles sucesos que han marcado la vida de los personajes. James Franco, que intervenía en Una historia real, ofrece una versión suya muy distinta a la habitual.

Interesado en hacer cine de ficción pero sin contar con el factor decisivo, un guión a la altura de sus ambiciones, Wenders encontró finalmente su objetivo prioritario gracias a su amistad con el guionista sueco Bjorn Olaf Johannessen durante el Laboratorio de Guionistas de Sundance y consiguió la promesa de él de proporcionarle un guión en un periodo de tres años.

Un compromiso cumplido que ha permitido a Wanders moverse con gran libertad y, sobre todo, salirse de los terrenos cotidianos de la especialidad con una precisión y un control de la cámara absoluta. Toda la trama, que da constantes saltos en el tiempo, está vinculada a la tragedia que vive un escritor, Tomas Eldan, tras un accidente con su vehículo en una carretera infestada de nieve, el que muere un niño.

A pesar de que la responsabilidad no es suya, es imposible que puede quitarse de la mente algo así, que conlleva que con el pensamiento o de hecho se traslade al lugar del suceso. Es, de todos modos, un camino a la redención que, sin embargo, le permitirá rearmarse ideas e incluso iniciar una nueva carrera como escritor.