Ninguno de sus dos retos esenciales los ha resuelto satisfactoriamente, de modo que no sólo es bastante inferior a la primera versión, la que dirigió Paul Verhoeven en 1990 con Arnold Schwarzenegger y Sharon Stone, sino que ni siquiera es una aportación brillante al cine fantástico.

Tanto es así que a pesar de sustentarse sobre un pilar tan firme con unos magníficos efectos visuales no logra sostener el interés de la trama a lo largo de sus dos horas de metraje. Y es que Len Wiseman, autor de dos mediocres productos de la serie Underworld, sobre el enfrentamiento de vampiros y hombres lobo en un universo subterráneo, no parecía el director idóneo para una empresa de este tipo. Con ello el relato corto de Philip K. Dick en el que se basa, Podemos recordarlo todo por usted no luce, ni mucho menos, todas sus galas. Lo que vemos, en definitiva, es un producto de acción futurista tan saturado de enfrentamientos, persecuciones, explosiones y disparos que acaban produciendo un efecto saturación que, inevitablemente, conduce a las proximidades del tedio.

Ni Colin Farrell ni Kate Beckinsale, que es la esposa del director y su musa, hacen olvidar a los actores de la cinta previa. Ambientada en un futuro en el que el mundo ha quedado dividido en dos dominios, la Federación Británica y la Colonia, y en el que el entorno urbano, barroco y atestado de individuos, recuerda al de Blade Runner, el aspecto más interesante del libro es, por supuesto, la posibilidad real de convertir los sueños en una memoria real. Algo que lleva acabo con notorio éxito la empresa Rekall y a la que se acaba sometiendo Douglas Quaid, un obrero frustrado por la rutina y la falta de estímulos, a pesar de estar casado con una preciosa mujer, Lori, que va a experimentar con ello un cambio radical en su identidad y en su personalidad. Un planteamiento que permitía bastante juego, pero que se diluye por completo en beneficio de una acción que se adueña de la pantalla.