Es distinta, singular y tiene destellos de muy buen cine y aunque no logre culminar todos los temas que plantea un argumento ciertamente ambicioso, es de esas películas que destacan en la cartelera y a las que hay que prestar atención.

Por eso se hizo con el Premio del Jurado Ecuménico en el Festival de Cannes de 2011 un galardón repartido entre el director Paolo Sorrentino, que confirma ser uno de los más interesantes del cine italiano actual, y el actor Sean Penn, que vuelve a hacer otra de sus creaciones, no tan brillante como las mejores de su filmografía pero con momentos impagables. Mezcla de drama familiar, road-movie y thriller con aislados pero efectivos toques de humor, el retrato que efectúa del protagonista emerge como su factor más relevante y genuino.

Cautivado por la visión en Cannes de El divo, la película de Sorrentino sobre el político italiano Giulio Andreotti, Sean Penn reveló al cineasta su deseo de que colaboraran juntos en un proyecto, reto que aquél asumió por completo a partir de un guión propio. Nació así una sugestiva producción europea, con capital italiano, Irlandés y francés, de carácter plenamente independiente, que se acerca a la figura de Cheyenne, un individuo insólito, un antiguo ídolo cincuentón de la música pop que vive de semiretiro en Dublín con evidentes secuelas de su glorioso pasado y signos de un decadencia presente.

Torpe y lento en sus movimientos, maquillado, con los labios pintados y el pelo largo y muy retocado, conserva en su diseño personal los rasgos típicos de un rock gótico y obsoleto. No sólo no se ha adaptado al paso del tiempo, ni siquiera acepta el teléfono móvil.

Entregado a la nostalgia y a los juegos con su esposa Jane, con el remordimiento de que los padres de las víctimas le hagan culpable de la muerte de dos hermanos que se suicidaron, la existencia de Cheyenne no es precisamente estimulante. Por eso es inevitable la sorpresa cuando recibe la noticia de la muerte de su padre, con quien no se veía desde hace treinta años y a cuyo entierro decide asistir trasladándose a Nueva York. Lo hace en barco y con la mala conciencia de no haber tenido un mayor contacto con alguien que en realidad es un extraño para él.

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