La labor de Juliette Binoche es todo un tratado de interpretación que colma de vida un personaje irrepetible y sumamente peculiar. De ahí que fuese nominado al César a la mejor actriz, al mismo galardón de los Premios del Cine Europeo y al SACD de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, además de formar parte de la sección oficial del certamen de Sevilla.

Si la que fuera protagonista de Tres colores. Azul y Chocolate ya había dado muestras sobradas de su clase, aquí sube un peldaño más en su escalada al olimpo del cine galo.

Esta tercera película de la realizadora Claire Denis que vemos en España, tras Una mujer de Africa y Los canallas, ha sido fruto de una mirada interior a un personaje femenino, Isabelle, que se nutre de la propia experiencia íntima de la cineasta. Para ello esta última contó con la feliz y brillante colaboración de la guionista Christine Angot.

Isabelle es, desde luego, una mujer con innegable poder de seducción y con problemas sentimentales, que afloran con ímpetu en la madurez de su existencia. Mantiene relaciones sexuales poco satisfactorias con su ex, que le ha dado una hija, y está abierta a nuevas experiencias que afloran con evidente frecuencia. Pero no es, como recalca Claire Denis, una versión masculina de Don Juan, más bien sería un moderno Casanova, aunque reprime esa tendencia por ser una mujer.

Superada por factores sexuales, su búsqueda del hombre ideal se ha convertido en su principal motivo de frustración. Con todo y sin que se pueda hablar en términos rotundos de comedia, sí hay motivos para que se suscite alguna sonrisa que a veces se torna amarga.

Si la labor de Binoche es impecable, otro tanto hay que decir de un reparto con nombres de peso en cometidos breves pero jugosos. Es el caso de un Gerard Depardieu, que apenas aparece los diez últimos minutos en pantalla pero los suficientes para dotar de un halo de magia a las imágenes. Sin marginar a Valeria Bruni Tedeschi y a Josiane Balasko.