Analiza con imágenes solventes y con una base dramática muy sólida una cuestión tan de actualidad, por desgracia, como el terrorismo, fomentando un debate al respecto que bebe en diversas fuentes ideológicas. Lo hace desde la óptica de un armenio militante, el director Robert Guediguian, que no quería dejar de abordar algo de tanta importancia para su pueblo al cumplirse el centenario del genocidio del que fueron víctimas.

Y lo cierto es que ha cumplido su objetivo de forma más que correcta, huyendo del fanatismo de algunos de sus compatriotas y tratando de arrojar luz sobre un asunto en el que se ha impuesto durante mucho tiempo la oscuridad.

Es más, aunque el verdadero centro de gravedad de la película es un genocidio que provocó la muerte, entre 1915 y 1923, de más de millón y medio de ciudadanos, consecuencia de una sucesión terrible de masacres a cargo de los turcos que éstos siempre han negado, no se dejan de lado nunca cuestiones fundamentales como el peso de la familia, de las tradiciones, de un lamentable desarraigo y de una obligada diáspora.

Dividida en tres partes, la primera es un prólogo soberbio en su resolución, que se vale del blanco y negro para llevarnos al Berlín de 1921. Se celebra el juicio por asesinato de Thelirian, un 'mártir' de la causa armenia que acabó con la vida del ministro Talat Pashá, el principal responsable turco del genocidio, de un tiro a quemarropa en la cabeza.

Dos generaciones más tarde, la segunda nos ilustra, a través de la visión de una familia armenia asentada en Marsella, sobre la lucha armada que lleva a cabo el denominado Asala, el Ejército Secreto Armenio para la Liberación, entregado por entero a la causa terrorista mediante atentados en numerosos países. Es entonces cuando se abre paso al debate sobre los daños colaterales, que provocan la muerte de numerosos inocentes por estar donde no debían al producirse las explosiones.

Finalmente, el corto epílogo muestra las tremendas disputas y desavenencias internas entre los armenios en el tema de la lucha armada.