Pocas veces la burocracia oficial había recibido semejante varapalo y lo más grave de todo es que esta visión demoledora de la misma se hace con bases tan sólidas como pertinentes. Es lo que tiene el cine de Ken Loach, que emplea ingredientes reales, extraídos de la experiencia personal del director y de su habitual guionista, el siempre lúcido Paul Laverty, para meter de lleno al espectador en la terrible realidad del momento. Y lo que tocaba ahora son las secuelas de una crisis económica que ha sembrado el paro, el hambre y la miseria en las clases sociales más frágiles de Gran Bretaña. Lo que vemos no está basado en hechos reales, sino que es fruto de las numerosas entrevistas que han mantenido los dos cineastas con los propios afectados, que quisieron compartirlas con ellos.

Ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes, segunda que consigue el realizador inglés tras 'El viento que agita la cebada' en 2006, 'Yo, Daniel Blake' es una apuesta por la diginidad del ser humano y un ataque frontal y despiadado, pero siempre auténtico, contra esa barrera infranqueable que es la maraña administrativa que convierte a personas y medidas en obstáculos insalvables para alcanzar logros sociales teoricamente concebidos para mejorar su estatus. Daniel Blake es un hombre, en efecto, con los requisitos necesarios para cobrar el subsidio de desempleo y para disfrutar de una jubilación anricipada. Tiene 59 años, es viudo y sufre todavía las consecuencias de un infarto que le ha dañado el corazón. De ahí que siguiendo los propios consejos de la administración decida iniciar los trámites para ello.

Desgraciadamente, cuando debiera ser atendido con la generosidad que él ha demostrado siempre, cuidando durante muchos años a su esposa enferma, lo único que recibe es la incomprensión y la insolidaridad. La deshumanización en el trato, fruto de su total desconocimiento de la informática, le llevan a sufrir una marginación vergonzosa que le cierran todas las puertas. Solo cuando encuentra a Katie, una madre soltera en peores circunstancias, se abre para él la única luz de un mundo.