Son dos de los grandes. Respetados, envidiados, con sendas filmografías de oro y premios para llenar anaqueles, coinciden en que les queda todavía todo por decir y en otras cosas. Mientras Eduard Fernández (Barcelona, 1964) se prepara para incorporarse al rodaje del 'Felices 140', de Gracia Querejeta, y junto a Maribel Verdú; Luis Tosar (Lugo, 1971) filma en Canarias a las órdenes de Julio Medem, y con Penélope Cruz como compañera, el drama familiar 'Ma ma'.

Al mismo tiempo, presentan la nueva película del director de 'Celda 211', Daniel Monzón, que llega a las pantallas con expectación, aureola de policiaca fronteriza y bien construida y el título de 'El Niño'. En ella encarnan a dos policías, cada cual con su trastienda. Se conocen hace años y, aunque ambos han figurado en los créditos de otros filmes, es la primera vez que comparten escenas. "Estuvimos seleccionados al Goya al mejor actor revelación a la vez -comenta Tosar, entre risas-, pero se lo llevó el viejito de Solas. Eso une una barbaridad".

¿Cómo ha sido la experiencia?

E.F.: Estupenda. De un tiempo a esta parte, para mí tiene mucho peso quién te acompaña en el viaje, porque la convivencia y la comunicación entre los miembros del equipo han de ser muy fluidas. De hecho, hago cine para conocer gente.

L.T.: Y luego, como Daniel Monzón es además excrítico y un cinéfilo empedernido, aporta a sus películas un regusto a cine de género. Muy bien hecho, muy bien rodado. Y encima es comercial. Yo me siento cómodo donde me hagan sentir cómodo. La experiencia me demuestra que ni la película comercial tiene por qué despreciar lo artístico per se, ni las películas artísticas son el paradigma del buen rollo. A veces, en estas últimas los egos chocan como los trenes.

E.F.: Esta es muy masculina, de hombres muy impertérritos y herméticos. Y luego tiene esa parte de película de acción. Yo me lo pasé bomba y ya iba como los americanos, a lo loco, sin arnés a hacer como que me tiraba de un helicóptero, pero no me dejaron. Esto del cine es a veces como un parque de atracciones. Juegas a policías y ladrones y encima te pagan.

¿Se lo imaginaban así, cuando estaban empezando?

E.F.: Yo no recuerdo haber querido ser actor, cuando era niño en Barcelona, pero a los 13 años escribimos una obra en clase, se votó quién tenía que ser el protagonista y por una abrumadora mayoría me eligieron a mí. Los demás vieron algo de lo que yo no era consciente. Luego estudié dirección de cine y mimo en el Instituto del Teatro, y hacíamos espectáculos de calle. Siempre recordaré que los alumnos de interpretación nos ­miraban con la barbilla apuntando al cielo. Nos consideraban casi lo peor; sólo estaban por debajo de nosotros los de las marionetas. Pero ese aprendizaje debió de dar fruto cuando empecé a trabajar con 'Els Joglars', porque la capacidad de improvisación con ellos era esencial y yo en eso ya tenía cierto ­recorrido.

L.T.: Curiosamente, mi proceso es muy similar. En Lugo se hace uno actor en una compañía de teatro amateur. No hay otra. Fue mi profe de literatura del instituto quien me encaminó, un poco a lo tonto. "Que me leas una poesía aquí, un texto allá". Y acabé en el aula de teatro. Pero a mí lo que me molaba era el cine y empecé a hacer cortos como loco con algunos amigos. El teatro nos parecía un poco rancio, la verdad. También comencé profesionalmente en Galicia, haciendo series como 'Mareas vivas', al tiempo que conocí a gente que hacía un teatro muy interesante; muy físico, de máscara, irreverente. La pasión por la palabra llegó después. Más tarde empecé a hacer castings para series en Madrid. Hasta hice alguna aparición en 'La casa de los líos', con Arturo Fernández. Bueno, esto no debería contarlo porque lo saben pocos y cualquier día me lo sacan en un zapping (risas).

¿Qué tipo de actores creen ser?

E.F.: Tengo la sensación de que casi todos los personajes que he hecho podrían haber sido yo. Casi todos podríamos ser todos. Creo que el hombre lleva un abrigo lleno de bolsillos en donde se esconde lo mejor y lo peor del ser humano. Y todos somos capaces de las mayores salvajadas y de las cosas más preciosas.

L.T.: Yo no sé contestar a esa pregunta aún. Es que todavía llegas un día a rodar y lo que parecía más sencillo de pronto se convierte en extraordinariamente complicado. Y tú, que en el fondo te crees que te las sabes todas, das cabezazos porque no has sido capaz de prever que eso podía ocurrir. Y luego creo que también depende mucho del director. A algunos con una frase sencilla les basta para explicarte un personaje y hay otros que todo son charlas y charlas y notas y notas. Suele funcionar la comunicación extrasensorial, y establecer mediante el trabajo previo lazos y códigos comunes. En cualquier caso, cuando te das cuenta de que lo que has hecho en una escena no le ha gustado al director, aunque lo haya dejado pasar, te marchas a casa deprimido. A los actores nos gusta mucho gustar.

¿Cómo fue su primer día como profesionales ante las cámaras?

L.T.: Para mí el proceso fue muy natural por lo de los cortos, que fue un excelente entrenamiento. Lo encaré con mucha normalidad. O con mucha inconsciencia, no sé...

E.F.: Yo lo tengo borrado. La película se llamaba 'Zapping' y debutábamos unos cuantos -Paz Vega y Alberto San Juan- y la impresión que conservo es de flipar con todo. Veía todos los oficios que hay dentro del cine, y me parecía -y aún me parece- maravilloso ver organizarse a gente tan profesional. Cada uno en lo suyo, para luego ponerse todos de acuerdo. Fascinante. Fue una nueva historia tras disfrutar de una época maravillosa en escena. Yo crecí en un ambiente teatral muy efervescente. Estaban, aparte de Joglars, Comediants, La Cubana, La Fura, Tricicle...Era un poco como lo de Podemos, ahora. Algo nuevo, unas maneras diferentes, una frescura y autenticidad al menos aparente. Luego todo evolucionó, tomó otro cariz y se hizo menos estimulante y más triste.

¿Creen que el gran enemigo del idealismo, sea en el ámbito que sea, es el paso del tiempo?

E.F.: La intención de permanencia no es buena aliada en esto porque al final siempre aparece en la ecuación el factor dinero, que para eso estamos en una sociedad capitalista, que aunque lo quiere disimular, tiene muy claro por qué camino quiere llevar a los ciudadanos y no duda en empujarnos hacia él de infinitas maneras. Todas aparentemente democráticas, claro. Lo más curioso es que la sociedad de consumo compra de todo. Incluso indignación. Hasta eso acaba siendo un material al que sacar beneficio.

L.T.: Yo nunca pensé, por ejemplo, que Los lunes al sol iba a cobrar tanta actualidad una década después. ¡Cuánta gente empieza la semana al sol, porque no encuentra trabajo por más empeño que ponga! Entonces nos encaminábamos hacia ese Estado del bienestar que ahora se ha esfumado. Y fue un éxito tremendo pero si se estrenase ahora no lo sería tanto. Nadie quiere que le recuerden en el cine la tragedia que vive en casa. Es muy duro.

¿Cómo definirían las relaciones entre el gobierno y las gentes de la cultura?

L.T.: Como abiertamente hostiles. A la derecha le debe de fastidiar que la mayoría de las gentes de la cultura y de las artes no son de su cuerda. Pero es que la raíz del progresismo es la consecución, cuidado y mantenimiento de las libertades del ser humano. La confianza en que este pueda tomar responsablemente sus decisiones. Los conservadores prefieren prohibir antes que educar en la responsabilidad. Y los que nos dedicamos a tratar de entender al ser humano para representarlo difícilmente podemos estar ahí. No podemos apoyar guerras inventadas ni callarnos ante las barbaridades cotidianas y esto les jode, porque tenemos acceso a los medios. Aunque luego ellos no paren de mentir y manipular en las televisiones que controlan. Por una película buena, que le conmueve o le muestra algo en lo que no había caído, sale de la proyección mucho más rico de lo que entró. Y eso es esencial para el desarrollo humano.

E.F.: Hay mala intención y da mucha pena que los que vienen detrás vayan a ser más incultos y más pobres porque no se les ha podido alimentar el alma. Cuando alguien va al cine y ve una película buena, que le conmueve o le muestra algo en lo que no había caído, sale de la proyección mucho más rico de lo que entró. Y eso es esencial para el desarrollo humano.

Aun así, ¿no es una necesidad de segundo orden?

E.F.: Claro. Primero el pan y el trabajo. Pero es que las cosas no son así. Es que se puede abarcar todo, que luego se pierden muchos millones por aquí y por allá sin que nadie sepa cómo aunque sí por qué. Y no se reponen, aunque a algunos se les pille prácticamente con las manos en la masa. A veces hasta se escurren de la cárcel. Hay algo ahí. Que no funciona, pero no es lo único.

¿Qué más les preocupa?

L.T.: Lo del encaje de las nacionalidades en el Estado, por ejemplo. Con eso se está armando un lío tremendo. Yo apoyé al Bloque Nacionalista Gallego en su día, pero ya no lo hago: demasiados problemas en la organización interna y poca contundencia en algunos asuntos. Aquí se está muy obsesionado con la unidad de España y es una quimera. No puede existir en un lugar en donde todo el mundo es diferente. Pero es que no pasa nada por ser diferente. Yo creo que la suma es lo que es cojonudo. Pero eso no se puede imponer desde el gobierno central.

E.F.: Yo no soy especialmente nacionalista. Es verdad que desde Catalunya hay una sensación de que el trato es desigual hacia ella. Hay muchas cosas que arreglar en esto. La fórmula del café para todos no ha dado resultado nunca. Lo que hay que hacer es aceptar las diferencias que hay en España con naturalidad, incluso con alegría. Pero dentro de España. ¿Qué voy a decir yo? Mi abuelo era de Barbadillo, mi abuela, de la Rioja, y como dice el poeta, mi patria es mi infancia. Creo que es así de simple. A mí me gustaría una organización distinta del Estado, pero seguir formando parte de él. Pero hay gente que piensa, por ejemplo, que Catalunya será independiente a no tardar; y eso no está ni mucho menos tan claro. Y además, esto se utiliza como cortina de humo para disimular carencias, errores garrafales y actuaciones bochornosas que, afortunadamente, van saliendo a la luz y, de algún modo, aclarando el panorama.

Están realmente enfadados?

L.T.: Sistemáticamente, de la mañana a la noche, sólo hay cosas que cabrean en este país. Tenemos unos políticos que dan vergüenza. Ahora se ha puesto de moda atacar a un tipo con coleta que asoma la cabeza como alternativa a los partidos llamados mayoritarios, sin que aún haya hecho nada. La derecha está haciendo un auténtico ejercicio de alarma social y le quiere crucificar, y la izquierda espera a que se ahorque con su propia cuerda y se le chafe el proyecto. Cualquier cosa con tal de que la ilusión y la confianza del país no les abandone del todo.

E.F.: Yo no paro. La justicia es absolutamente desigual, que es el mayor de los contrasentidos. Cada vez que llega el recibo de la luz me pongo que doy miedo. Nos están tratando de tontos, nos toman el pelo y cobran lo que les da la gana. Quieren hacer de la sanidad un negocio cuando es un servicio de primerísima necesidad. Habría que inhabilitar a esa gentuza que intenta forrarse a costa de la gente que tiene un cáncer, un accidente de coche grave o un enfisema. Eso es una barbaridad. Nuestra sociedad está involucionando a una velocidad de vértigo. Cuesta mucho crear algo y muy poco, cargárselo. Los políticos no están en la realidad. Han creado una paralela en la que pase lo que pase, no ocurre nada. Son casi diabólicos.

Usted precisamente interpretó al diablo en la película Fausto y ganó el Goya ¿No le sirve para comprenderlos mejor?

E.F.: (Risas) Lo pasé de maravilla. Era inmune a todo y a todos. Todo me resbalaba. Es verdad, debería entenderlos mejor, sí. Tienen un listado de reconocimientos impresionante.

Tosar, seis candidaturas al Goya y tres premios, Fernández ocho y dos estatuillas ¿Cómo llevan ser dos de los actores más prestigiosos del momento?

E.F.: Si esto es así, con bastante prevención. Los premios son una caricia, un reconocimiento, un "nos gusta cómo lo haces" muy necesario cuando se trabaja de cara al público, donde si aciertas o te equivocas lo haces siempre delante de gente. Acepto que se me considere un buen actor. He aprendido a aceptarlo, porque antes me daba muchísima vergüenza y pudor.

L.T.: Pudor siempre da, pero te alegra un poco la vida. Dura poco, eso sí. Luego llega un nuevo personaje y hay que volver a empezar como si fuera la primera vez. Nunca puedes estar seguro de nada, ni en el trabajo ni en la realidad, como estamos comprobando. Pero vamos, no es que estemos especialmente golpeados por la vida; los actores siempre pensamos que lo nuestro es muy complicado y no es para tanto. Ahora nos lo están poniendo difícil para trabajar, pero es algo que nos imponen desde fuera. En cualquier caso, por muy buen actor que digan que eres, a veces las cosas no te salen.

¿Cuáles son sus prioridades?

E.F.: No soy capaz de separar trabajo y vida privada, ambas cosas son parte de mí. Tengo a mi hija criada; quiere ser actriz y lo hace muy bien. Y a veces sueño con la felicidad que para mí es un chiringuito en la playa: baño, sombrilla, paellita; estar en casita viendo series y pasear por Barcelona. Mi vida no pasa sólo por platós y escenarios.

L.T.: No, pero es verdad que todo se mezcla. Yo tengo ahí lo de la música en barbecho porque no le puedo dar la importancia que me gustaría. La abandoné porque me sale mejor lo de interpretar. Por eso disfruto más de ella, cuando hago actuaciones con el grupo, porque no tengo ninguna presión. Si me dicen que canto mal, me da igual. Si me dicen que actúo fatal, me jode un poco, la verdad.