Cuidada al detalle, exquisita y con una ternura que no se agota en ningún momento, el cineasta galo François Ozon nos ofrece uno de los títulos más destacadas y notables de su filmografía con esta nueva y emotiva historia dramática que supone la segunda versión de una obra de Maurice Rostand, que fue llevada al cine por vez primera en 1931 por el gran maestro del cine alemán Ernst Lubitsch con el título español de 'Remordimiento'. Lo más sorprendente es que Ozon desconocía que existiera esa cinta y pensó, al descubrirla, en renunciar a su proyecto a sabiendas de que nunca podría hacer algo semejante al maestro germano, pero cambió de criterio al ver la cinta y comprobar que sus planteamientos eran distintos.

Es más, la película fue en su día el mayor fracaso comercial de su carrera y la única que se evadía del género de la comedia al que siempre se entregó el genial autor. Había, por tanto para él, motivos para forjar un proyecto con personalidad propia. Y lo cierto es que lo ha logrado en buena fe y para disfrute del público. La película ganó en Venecia el premio a la mejor interpretación femenina para Paula Beer y ofrece la peculiaridad de haber sido rodada en blanco y negro, con una lectura dramática del color que solo toma cuerpo esporadicamente cuando la trama pierde su condición de tragedia y se convierte en un canto al amor.

Verdadera joya del cine, con una ambientación impecable en la Alemania y en la Francia de finales de la primera guerra mundial, sumerge desde sus prolegó- menos en la atmósfera de tristeza y de dolor que embarga a una Alemania cuyos habitantes sienten todavía de lleno el dolor de los familiares muertos, sobre todo hijos, en la recién concluida contienda. Es en este entorno tan terrible en el que la joven Anna descubre con enorme sorpresa como un desconocido joven francés deposita unas flores en la tumba de su prometido, Frantz. Perpleja y sorprendida, logrará abrirse paso a Adrien y presentarlo a sus padres, tras comprobar que se trata de un amigo íntimo de su novio.