Es un espectáculo visual notable que adquiere, incluso, mayor relieve si cabe con la versión en 3-D que ahora se estrena, aunque al

tratarse de una reconversión efectuada en el proceso de posproducción se dejan sentir sus carencias al respecto. De todos modos es una ocasión para revisar de nuevo en la pantalla grande trece años después de su presentación el episodio primero, pero el cuarto en el orden de rodaje, de una serie mítica que arrancó en 1977 con La guerra de las galaxias, que sigue siendo el icono y el logro más destacado de la misma. Habían pasado 16 años desde que culminara la primera trilogía con El retorno del Jedi y ahora era el propio George Lucas, artífice de todo este proyecto y responsable de la primera entrega, el que reasumía la dirección.

Sentadas las bases de que estamos ante un producto apoyado en unos increíbles y soberbios efectos especiales, hay que reafirmar lo dicho en su día, que en el plano cinematográfico la película es inferior a sus ilustres precedentes. No desprende la misma magia y está huérfana de ese aliento que un film de estas características requiere para entusiasmar al auditorio. Salta demasiado a la vista que Lucas quiso, por encima de todo, deslumbrar, apoyándose para ello en la impecable tecnología de sus estudios, la Industrial Light & Magic, que constituyen la élite mundial en materia de efectos y de trucajes. Da la impresión a veces, por eso, que estamos ante un producto de laboratorio que ha sido efectuado con la técnica del ordenador y procesado en base a sistemas informáticos. Y eso es algo que se nota en la anemia que denotan unos fotogramas perfectos en sí mismos aunque fríos en un contexto global.

El preámbulo obligado, «Hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana...», nos introduce en los orígenes de la saga. La República está viviendo un periodo caótico, fruto de la decisión de la Federación Comercial de invadir el pacífico planeta de Naboo como plataforma para adueñarse de toda la galaxia.