La energía nuclear liberada en algas y cardos por la enajenación gastronómica de Ferran Adrià se ha desparramado en cientos de programas, que casi no dejan espacio para ´Sálvame´. Comer y cantar a la parrilla televisiva. En Mallorca, la cocina sacrificada a la divinidad porcina o pornococina transcurría entre celosías. Al estallar en espectáculo, debió ser gastroeconomía, pero nadie viaja a la isla solo a comer. La redención del ajetreo de Magaluf son las fugaces estrellas Michelin. No tenemos suficientes, y además se apagan.