Opinión

La jugada que merecemos

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / Eduardo Parra - Europa Press

Ni más ni menos. Puede encantarnos o desolarnos. Puede emocionarnos, porque nos creemos el lamento de ese hombre enamorado o irritarnos, porque le vemos todas las costuras de su traje impoluto. Incluso podemos bascular en todos estos estados de ánimo hasta marearnos: vivir con angustia los cinco días en que el capitán del barco se retiró a pensar a su camarote, gritar como lo hicieron esas voces de la Moncloa justo cuando Pedro Sánchez anunció que seguía o sufrir una resaca de desconfianza. Tanto da el meneo emocional, la jugada de Sánchez, sea espontánea o premeditada, sea o no particular, se escribe con letras de oro en el ecosistema político y social que hemos creado. Sí, hemos.

Recorremos al galope las redes sociales, los mensajes vuelan a nuestro alrededor y apenas les dedicamos un instante. El voto se mueve por el temor a que no regresen los otros (o que se vayan los que están). La ilusión no está ni se la espera. Porque no vemos alternativas reales al sistema o porque ya nos han engañado con demasiados crecepelos ideológicos. El relato personal se impone al colectivo y, en esa tesitura, los personalismos triunfan. Ocurre en política, pero también en todos los campos. Resbalando por el tobogán del culto al personaje, aparece el victimismo. ¿Te quejas de lawfare? Aquí tienes el mío. ¿Medimos quién lo tiene más largo? La exageración, incluso la caricatura, se dibuja como el único (no) argumento capaz de atravesar la nube de disipación que habitamos. Los insultos se venden al por mayor.

Durante cinco días, la atención mediática, política y social estuvo centrada en una jornada de reflexión particular. Un periodo en el que Sánchez dirigió la vorágine del ruido a un único objetivo: su persona. Con la jugada cohesionó a los suyos e hizo elucubrar al resto sobre qué ocurriría si él se apeara del poder. Al final, todo lo tangible quedó igual, pero la agitación emocional fue superlativa. Un reflejo perfecto de nuestro modo de estar en el mundo: sin apenas mirar el suelo que pisamos, vamos de voltereta en voltereta sin control.

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