Opinión | En aquel tiempo

Del estupor al escándalo

Un Sánchez dueño de sí mismo y muy consciente de lo que estaba en juego, nos dijo que sí, que se quedaba, por el bien de España

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EP

Llevábamos meses preocupados por la deriva del gobierno de nuestro Presidente, en realidad, desde que formó coalición con partidos situados en zonas peligrosas desde el punto de vista constitucional. Y todavía más en concreto desde que necesitó los votos de Junts para conseguir mayoría parlamentaria. La Amnistía sobrevolaba el ambiente, los indultos también, la concentración entre Gobierno y Judicatura no menos, y para colmo, determinadas acusaciones de grupos radicales, vía judicial, acabaron por introducir en el paquete tan llamativo como peligroso nada menos que a la esposa del Presidente. Todavía en el ambiente, la conversión de la Ministra Montero en manifiesta entusiasta de Sánchez con sus aplausos desmedidos y sus gestos un tanto vulgares, y sobre todo, la intervención del Ministro Puente en el Parlamento, unas palabras ofensivas que le valieron el Ministerio de Transportes. Y dejando caer una y otra vez el menosprecio ante la derecha y la ultraderecha, convertidas en permanente excusa para todas las medidas del Gobierno y sobre todo su Presidente. Personalmente, había calado en mi persona un estupor que ponía en entredicho mis convicciones democráticas, porque la democracia no era esto, esto era recuperar la factura española de nuestra confrontación civil, que creíamos superada desde la Transición. Al cabo de unos días, moriría Victoria Prego, símbolo eficaz de un tiempo en que los españoles nos permitimos soñar en el reencuentro y en la inteligencia. Pero insisto, un doloroso y entristecido estupor. Y mucha desolación.

Y de pronto, entre el 24 y el 29 del reciente Mayo, este personaje abrumado por sus propias decisiones, es cierto que atacado con dureza por la oposición (del todo lógico), aprovecha determinadas investigaciones judiciales sobre su esposa, para dejarnos estupefactos con su «Carta (televisada) a la Ciudadanía», saltándose a la torera el ámbito parlamentario y erigiéndose en dueño y señor de los destinos de España: necesita cinco días para pensar en privado si se queda o se va. Y declara un «amor profundo» por Begoña, que así se llama su compañera de camino. Da media vuelta y se pierde en su domicilio oficial de Moncloa. Del estupor al escándalo.

Pasaron cinco días, dedicados a comentar la peligrosa jugada presencial, y a preguntarnos una y otra vez en qué acabaría esta perversión democrática, propia de regímenes populistas y de autócratas al uso. Ya entonces, una parte relevante de los medios de izquierda, comenzaron a distanciarse del error democrático pero prodigioso revulsivo electoral, a la vez que algunos de estos medios se debatían para no exagerar su distanciamiento del líder entristecido y meditabundo. Todos nos debatíamos en espera de su decisión. Toda una democracia plena, habían sido sus palabras, sometida a una decisión que convertía esa democracia en un «huerto florido» del Presidente. No me lo podía creer. Y uno recordaba aquella Socialdemocracia de los años 80 y 90, que, con graves errores, convirtió a España en un país moderno, más igualitario y con mayores índices de esperanza. Aquella democracia era la socialdemocracia española, llamada PSOE. Y ya entonces, las malas costumbres de aquel PSOE acabaron en su derrota. Estábamos a la espera, y amigos europeos, franceses e italianos, me llamaban o ponían correos preguntándome si habíamos perdido la razón. Y yo no sabía qué responder. Me sentía ridículo.

El 29 de mayo, con idéntico boato presidencialista, un Sánchez dueño de sí mismo y muy consciente de lo que estaba en juego, nos dijo que sí, que se quedaba, por el bien de España, siempre frente a las insidias de la ultraderecha. Daba grima verlo convertido en víctima propiciatoria de nuestros pecados, una víctima que pretendía ser dios. Sánchez emergía como nuestro salvador, al que, lógicamente, debíamos estar agradecidos. Y llegados aquí, las críticas de los medios, con excepción de RTVE, en manos de la señora Intxaurrondo, fueron durísimas, y la manifestación organizada para apoyar la providencial decisión del Presidente, se salvó por los autobuses que llegaron a Madrid «desde provincias». Fue entonces, y lo escribo con un cierto rubor, cuando Puente declaró que Sánchez era «el puto amo». Entonces supe hasta qué punto estaba Zapatero tras las bambalinas del espectáculo. Quedé desolado. Entre otras razones y una vez más, porque con el espectáculo presidencial, la Socialdemocracia española había desaparecido y se había dado el salto a un Socialismo Radical, con referencias latinoamericanas. Sí, la sombra de Zapatero es muy alargada.

Del estupor al escándalo, porque lo que ha sucedido en los cinco días de marras, no es de recibo en absoluto. Y a partir de este momento, el PSOE deberá pensarse muy bien lo que hace para evitar dejar de ser, por completo, lo que fue en sus mejores momentos. Y la Oposición haría bien en marcar un territorio centrista como sustancia de la confrontación parlamentaria. A partir de ahora, esperamos la reacción del Presidente ante las elecciones por venir. Porque si permanece anclado en sus compromisos con el independentismo catalán y vasco, y lleva adelante la Amnistía programada, España entrará por unos caminos muy delicados en aras de la perpetuación de un hombre en el poder. Hasta que estalle oficialmente la petición de un Referéndum Decisorio, que sería absolutamente no constitucional. Y mucho cuidado con dejar caer «censuras previas mediáticas» porque entonces estaríamos lindando con el totalitarismo. Veremos, pero del escándalo es posible llegar a cualquier otro estado de ánimo. En fin, una desgracia.

Suscríbete para seguir leyendo