Llegar a 5.000 programas es llegar a muchos programas. Fíjense si es así que la semana pasada celebraron los de Zapeando un programa especial para celebrar sus 400 días en antena. 400 días, diría descojonándose, pero sin perder la compostura de sus rizos o sin marcar arrugas al sonreír y enseñar sus pulquérrimos dientes, Anne Igartiburu , la Jordi Hurtado de los programas banales.

5.000 programas de televisión son muchos días de televisión. 5.000 programas de Corazón son demasiados para una televisión pública. Lo digo porque eso supone que Corazón ha sobrevivido a directores generales, directores a secas, presidentes de corporación y presidentes de Gobierno, vamos, lo que se dice un superviviente.

Su línea ya la conocen, porque no hay nadie en España que no conozca el programa de chismes de La 1. Nadie. Menos la gentuza que consiguió una fama de calderilla en programas de mierda, efímera en función de las veces que se preñen o desnuden, en Corazón sólo aparece la crema de las vanidades patrias.

Actores, cantantes, modelos -que suelen ser presentadas con un currículo que ya quisiera para sí el nobel de Literatura Vargas Llosa, aunque tiene toda la pinta de poder unir a su apabullante galardón el de pareja de Isabel Preysler, que eso en este país es como ser reina consorte-, toreros, vedettes, o futbolistas. Algún día habrá que estudiar el lenguaje que usan los redactores del equipo de Corazón, incluyendo las memorables entradillas de su presentadora.

Es todo tan cursi, tan alucinante y pedorro, tan empalagoso y hueco, tan amañado y estrambótico que más que crónica social es la crónica diaria de una descomposición por cagalera de pasteles.