Qué terrible que la ministra Ana Mato -y qué putada de apellido para hablar de según qué cosas- siga donde está. Es un peligro, sin paliativos. La vi en la rueda de prensa que dio la tarde del lunes, cuando se supo que una auxiliar de enfermería del hospital donde fue tratado uno de los religiosos muertos por ébola tenía el virus en su cuerpo. Palabras mayores. Esta señora, ministra de otro fantasma como Mariano Rajoy, que a estas alturas aún no la ha mandado a atender labores de su hogar, no ha dicho me voy, y nadie entiende por qué. Porque viéndola demudada, sin saber qué responder, esta señora da más miedo que tranquilidad.

Hablamos de un problema gravísimo de salud pública. Y la ministra, a todos los efectos, es la responsable. Y da miedo. Mucho. Semejante inepta está desaparecida, pero no dimitida. El espectáculo de la mentada rueda de prensa es uno de los más intranquilizadores de los últimos años. La señora apareció protegida por unas seis personas, como sabiendo que ella no pintaba nada.

De hecho fue Carmen Vinuesa, directora general de Salud, la que cogió las riendas del encuentro con los periodistas. Ana Mato miraba desencajada con los ojos abiertos, pidiendo socorro a sus colegas, nerviosa, deseando que acabara cuanto antes aquel amargo cáliz. ¿Tranquilidad a los ciudadanos? Imposible viendo a alguien así y recordando sus palabras de hace apenas un par de meses, cuando decía que el contagio era imposible, que si los protocolos, que si bla, bla, bla. Si el Gobierno quiere que nos tranquilicemos, que dimita a esta incompetente.