Estaba sueltos en el plató. Como si hubiesen nacido en él. Alaska y Javier Coronas controlaron el espacio y el tempo televisivo en su primera noche como anfitriones, y los desajustes sufridos no hay que atribuírselos a ellos sino a los imprevistos del directo. Hubo fallos de sonido o cortinillas de secciones que no entraban a tiempo. Pero ahí estuvo Coronas, el rey de la improvisación, raudo, dando un soberano puñetazo en la mesa: «¿Veis cómo suena?; el puñetazo se oye en directo, no en diferido».

Quedó demostrado que Torres y Reyes era un formato bien armado, que podía tener su continuación sin el concurso de sus iniciadores. Según la escaleta prevista debía durar 75 minutos. Se alargó 23 más. Lo que demuestra que es un programa vivo, repleto de contenidos suculentos que no se pueden constreñir en poco más de una hora de televisión.

En la primera entrega hubo momentos para el recuerdo: la alegría de Marian Álvarez y Javier Cámara, sincera, auténtica, con el Goya a cuestas; la intervención de Ray Loriga reivindicando la valentía del patinador Javier Fernández y de todos los que luchan por lo que quieren. Y, sobre todo, ese fin de fiesta que nos trajo a Asier Etxeandía haciendo dúo con Alaska. Supo a poco. Nos dio alegría ver el nombre de Fran Llorente como subdirector del programa. Ya sabíamos que andaba en nuevos proyectos de TVE.

Lo imaginamos feliz, haciendo tándem con el director del programa, Santiago Tabernero. En un cometido mucho más agradecido que el de jefe de los servicios informativos. Lidiando con las gentes de la bohemia. Y qué raro se hizo, por cierto, ver después rescatado del armario Splunge, con sketches protagonizados por Juan Ramón Lucas, Miki Nadal o Eva Hache. Vistos ahora, otro mundo.