No sigo con diario interés Los desayunos de TVE desde hace muchísimo tiempo, y sé que lo hago por lo que el resto de espectadores dejan de seguir su serie favorita, su informativo de referencia, su cadena de toda la vida, es decir, por aburrimiento, por el descubrimiento de ofertas más atractivas, porque su calidad decayó, porque no te crees lo que te dicen, porque percibes un tufillo a «relaxing of café con leche en la mesa de redacción», y entonces llego a María Casado, la entrevistadora.

No es tan mordaz ni peleona como Ana Pastor, pero eso no sería demérito si consiguiera armar entrevistas en las que sin violentar a sus invitados tampoco se les escaparan sin haber sudado un poquito. Hace unos días pasó por Los desayunos María Dolores de Cospedal.

La vi relajada, como la que va a casa de amigos, feliz de estar en una televisión, ahora sí, fiable. Fue al día siguiente de saberse lo de la espantada, otra vez, de Aznar, de Mayor Oreja, y la investigación de la fiscalía de Cantabria al marido de la señora, Ignacio López, por falsedad documental, o sea, de nuevo los contratos diferidos cercando a Doña Finiquito, como la llama Wyoming.

No es que uno espere una batalla entre invitada y periodistas, pero sí ganas de sonsacar, o sea, periodismo. De tres tertulianos, enfrente tenía Doña Finiquito a dos feroces cazadores -para degollar a la izquierda- como García Abadillo, director del nuevo El Mundo -más pro Rajoy- y Edurne Uriarte, dócil, levitando ante la jefa. Así es que, como dice su coletilla preferida, la invitada estaba allí con toda tranquilidad. Pues con toda tranquilidad se lo digo, es un camelo de programa.