Lo tiene duro. De eso no hay duda. Se ve, se nota, quieren que lo sepamos porque cada semana nos lo enseña. Al principio podía uno imaginar que era necesario para la trama, que ver el pecho sin camiseta de Álex González podría aportar datos imprescindibles a su personaje como agente del CNI, y que los guionistas no le harían descamisarse cada siete días sólo por capricho, para exhibirse, un cebo que se repite pasados unos minutos del comienzo de cada capítulo, hecho que ocurre con matemática puntualidad.

Pero no, ya sabemos que cuando Álex González se desabrocha como agente Morey nada tiene que ver con su personaje sino con la estupidez. La otra semana fue de traca. Morey en un coche seguía a los malos, que iban en una furgoneta cargada de explosivos, pero el jefe de los terroristas descubrió el pastel e hizo explotar el vehículo. Total, Morey al hospital. Ni un rasguño, oiga, pero lo tumbaron en la cama desnudo de cintura para arriba con sus tetas así, duras, y su costillar así, duro, y sus tabletas así, tan duras que ni parecía enfermo ni ná de ná.

El Príncipe es uno de los productos más dignos de Telecinco, una de las series con más tirón de la oferta nacional, una serie que acaba esta segunda temporada, es decir, que no han alargado porque sí, por el éxito, la historia de amor, tráfico de drogas, y terrorismo islamista que sucede en ese barrio ceutí, lo cual se agradece. Pero frente a esta seriedad, frente a actuaciones en general aceptables, uno se descubre siendo tratado como un gilipollas cuando ve, otra vez, sin venir a cuento, que Morey se queda en cueros para enseñar el lomo. Y, claro, detrás sólo pue- de estar el jefe supremo. O hay carnaza o no hay serie, diría Paolo Vasile. ¿Quién si no?