Permíteme que insista, dice Matías Prats sin parpadear para acentuar el énfasis del mensaje. Pues permítanme que insista. La Sexta ha terminado octubre como el mejor de su historia en datos de audiencia y de rebote ha matado el pájaro que debería haber anidado en la televisión pública. No hay paños calientes. Es una vergüenza. De nuevo una cadena privada ha ocupado lo que en mandato estatutario debería de ser no sólo patrimonio sino obligación de una cadena pública. Y ese abandono de funciones termina pagándose.

La audiencia, en un octubre convulso, con una actualidad política que mantiene en vilo al espectador, cuando esa política, en concreto "el lío" catalán se ha instalado en la barra de los bares ocupando el lugar del fútbol o el tiempo, ha huido de TVE en desbandada porque sabe no sólo que no está sino que cuando está lo hace no con criterios periodísticos sino propagandísticos y de protección descarada al Gobierno.

El último desbarre, la última mascarada, el último descaro que se suma a tantos otros que no se podrían ni imaginar tuvo lugar el mismo día que este país estaba pendiente de lo que iba a hacer y decir desde Bruselas Carles Puigdemont, a donde cada vez más en su papel de jefe de pista de circo, tratando de internacionalizar su charlotada, huyó como el que se exilia de un país bananero. Todas las cadenas emitieron su intervención. Pero no La 1, que siguió con 'Amigas y conocidas' de Inés Ballester hablando de Don Juan Tenorio como si tal cosa. Insisto, eso se paga. Hasta al circunspecto Carlos Herrera, castigado por la audiencia, se lo han llevado del domingo al sábado porque se lo traga Ana Pastor y El objetivo.