Podría hacer un resumen de fracasos y aciertos, de programas que han salido adelante a pesar de sus titubeantes, enfermizos inicios (Zapeando, en la- Sexta; Un tiempo nuevo, en Telecinco), y de otros que se quedaron en el camino o fueron languideciendo en una muerte agónica: El pueblo más divertido, aquel programa de humor patético que se inventó La 1 para mayor deshonra de Mariló Montero y para vergüenza de la audiencia; el Killer Karaoke de Cuatro, el último fracaso de Florentino Fernández y Patricia Conde, que van enlazando tropezón con tropezón; o incluso el desgaste sin vuelta atrás que sufre Los viernes al show, que empezó en Antena 3 como una bala, con los perdigones Arturo Valls y Manel Fuentes, y ahora es una mula cansada que arrastra una carga casi mortal.

Podría resumir el año hablando de los mejores programas, y si no mejores en calidad, sí al menos en audiencia, aunque sean productos abyectos, como Adán y Eva, una exposición de verracos en bolas con cerebros en peligro de combustión porque, de todos es sabido, el serrín es muy inflamable. Incluso podría resumir el año destacando la perplejidad de ver cómo la gente sigue embruteciéndose, con la excusa de echar un rato sin calentarse el coco, con programas inmundos que, a pesar de los años, no sólo no mueren, sino que disfrutan de una salud de verdad pasmosa; pero entonces no saldría de Telecinco y me quedaría rondando truños como Sálvame o infamias como Mujeres y hombres.

Así que decido resumir el año, de forma muy esquemática, destacando el asombro de ver cómo ha sido el de la subida imparable del interés por la cosa política, por los actos de nuestros representantes, que se han convertido, a manos llenas, en objeto de diatriba, de disputa —tener hoy a Pablo Iglesias en un programa es como tener hace unos años, en exclusiva, a Eugenia Martínez, la duquesita, y a su exesposo, el torerito Fran—; en fin, en espectáculo de masas, en carne de plató.

El PP, este Gobierno, ha hecho mucho por ese interés morboso, porque su oscura gestión, sus métodos caciquiles, su manifiesta frialdad y sus juergas bajo las sábanas, con la corrupción allá donde el clan ha gobernado, abrieron la puerta a programas como Al rojo vivo o Las mañanas de Cuatro, que viven momentos de esplendor con un periodismo vehemente, de clara posición ideológica, pero no por ello menos serio, riguroso y plural. Los capitanes de navío Antonio García Ferreras y Jesús Cintora representan por las mañanas, en laSexta y en Cuatro, lo que laSexta Noche y Un tiempo nuevo simbolizan la noche del sábado. Hace unos años, no se podía imaginar que el interés por la política alcanzara la parrilla de ese día y a esa hora.

Salvados, con un periodismo de vibrante compromiso social; El Objetivo, El Intermedio, incluso algunos tramos en los magacines de la mañana de las grandes cadenas, recogen ese interés por los efectos de una política que ha mostrado su cara más chusca, y esa rabia, ese enfado ciudadano, esa desesperanza, unida a la situación económica de quiebra técnica para millones de familias, ha hecho de estas ofertas un panal de rica miel, tanto para las cadenas, que les da igual vender azúcar que sal, como para la audiencia, que se entretiene (la televisión es eso, entretenimiento, más o menos digno) con lo que ve en la pantalla. ¿Qué hace, en este panorama de interés generalizado por la política, la televisión pública? Cagarla.

Cuando la tele pública se pone plural, el Canal24 Horas lleva a Pablo Iglesias frente al pelotón de fusilamiento dirigido por un tal Sergio Martín y eleva el bochorno a vergüenza nacional. Así que TVE está desaparecida en este combate para preservar a su dueño, don Mariano, eso sí, todo un espectáculo.