Tenía que haber estado Adriana Abenia en la sede del PP detrás de las bambalinas para contarnos qué ocurría allí, igual que hace en los concursos de Telecinco. Pasadas las doce de la noche me temí lo peor. O le estaban dando collejas al líder para que saliera de una vez o sopesaron la posibilidad de sacar un plasma con muelles para que saltara de alegría por haber ganado las elecciones.

Al final, por no soportar los pellizcos en la curcusilla que Esperanza Aguirre le daba a Rajoy éste salió derrochando alegría, tal como vimos en su cara. Estaba radiante. Tanto que dio dos saltos. Uno, y dos. Y ahí paró en seco la celebración del triunfo. Su mirada perdida y su risa lela parecían decirle a Viri, cielo, qué coño hacemos aquí, vámonos a casa. Fin de la cita.

La noche electoral dio más de sí. Es la primera vez que España cierra los colegios, hace recuento de votos, y se va a la cama sin presidente seguro. No es la primera vez en estos últimos años que de nuevo La Sexta demuestra su poderío informativo para vergüenza de la televisión pública, que fue vapuleada por la privada. A Ana Pastor la premiaron con un plató la mar de divertido. Daba vueltas, el canalla. A veces, mientras Ferreras le daba paso, pensé que se le iba la olla al que manejaba el columpio, apretaba el botón, y convertía en un tiovivo perverso el absurdo juguete esturreando a los analistas por el suelo.

Me fui a la cama refunfuñando. No es senadora Carmen Lomana, por todos los dioses. Este país no tiene remedio. Menos mal que Pablo Iglesias me alegró la noche. Entendí todo lo que dijo en su "speech" a los medios anglosajones. O su nivel de inglés es tipo Paco Martínez Soria o en enero le digo a mi profe que sí, que sí se puede.