Regresó a España, a la tele, y al plató de un programa estrella como invitada, como una luz cegadora, como el maná, como el mesías que sube al monte, escribe la ley, y baja a ver los mortales para echar un ratico con ellos. Después de unos meses fuera de España, qué bien se está en casa, dijo, tuvo a bien hacernos partícipe de su regreso, ella, Mariló Montero.

Seguro que mucha gente no tenía ni idea de que esta señora se fue hace ocho meses a Nueva York porque en los mercados seguía habiendo lechugas, abrías el grifo y el agua manaba, el PP ha seguido haciendo de las suyas con la justicia, afilando la punta de su bota para sanear aquello que no se ajustara a su interés, y hasta el aire seguía ahí sin que el planeta entrara en implosión irreversible. Pero Pablo Motos, melifluo y sin garra, la recibió en 'El Hormiguero' como una especie de tótem, de eminente pensadora. El resultado fue uno de los programas más necios, aburridos y cargantes de los que he visto. Eso de "viene a divertirse al hormiguero" quedó en "vamos a machacar a la peña con las payasadas solemnes de la navarrica".

Mariló quiso demostrar en todo momento que su paso por Nueva York le ha cambiado, que es otra, que tiene ideas revolucionarias para darle la vuelta a los programas de televisión, que no aceptará cualquier cosa, que su cabeza tiene dentro lo nunca visto, que allí se ha hecho una experta en análisis político, y para demostrar todo eso, como hacen los mediocres, se puso intensa, huera, petulante, sin sentido del humor, grave. Insisto, una petarda que arruinó la noche.

Cuando contó su batallita para conseguir, por favor, por favor, una foto con Woody Allen y la forma de abordar a un espantado George Clooney, salió la verdadera señora, una cateta en NY.