Ojo por ojo, pene por pene. Es el nivel de Gym Tony. Se lo explico. Gym Tony es una serie diaria que pretende hacernos reír. Perdón, descojonarnos. La cosa sucede en un gimnasio en el que, viendo lo que se ve, van los tarados de la ciudad que interpretan los peores actores del país, y eso que son acreditados cómicos. ¿Dónde los han escogido? ¿Quién les da la pauta de actuación? ¿Quién está detrás de esa ridícula exhibición de gritos, gestos exagerados de principiante, voces deformadas, que molestan como un coro de gallinas?

Hay que estar muy seguro de que el público al que te diriges está a la altura del truño que le has preparado, una estúpida pasarela de arquetipos. El gordo, el salido, la tonta, la salida, el plumero, el feo, el salido, la zorrilla, la ingenua, el salido, el embaucador, da igual, todos salidos, todos tarados. En el cuadro de artistas, Iván Massegué, Tony, el dueño del gimnasio, Antonia San Juan, Berta, la recepcionista y señora de la limpieza, Santi Rodríguez, Velasco, adicto al chismorreo, David Amor, Tito, entrenador guaperas y lelo, o Usun Yoon, encargada del yoga y otros orientalismos.

Basten estos nombres para demostrar que no son ni desconocidos ni primerizos. Pues fatal. Abochornan. Da mucha rabia que cuando los guionistas firman una de humor recurran no al trazo grueso sino al salivazo tosco, al tortazo verbal. Tienes que pagar un impuesto de sudor, le dice Tony al cliente seboso del local. ¿Impuesto de sudor?, responde el gordo, pero si yo aquí sólo como y cago. Qué graciosos son los jodíos. El millón que ve Gym Tony disfrutará como un cochino. Yo no estoy en la lista.