Pues sí, acaba de irse y ya se respira mejor. Al momento, en la despedida de la sardesca señora se produjo el milagro. Sin haberla visto ese día, porque hace mucho tiempo que desconecté de Mariló Montero y de La mañana de La 1, salvo que saltara a los medios alguna de sus muchas imbecilidades, la tele pública es más saludable. Resulta que esta semana, el jueves, la señora, así, con esa falsa humildad de los arrogantes, de los altivos, de los que se creen divinos porque se saben cortitos, soltó un discursillo en el que dijo poner punto y final, “en este minuto”, para concluir “mi ciclo en TVE”. Sniff. Casi lloro recuperando el vídeo. De la risa. Dice la pava que se va “porque necesito cazar sueños que aún tengo por ahí”. Ay, qué poeta, leche. Lo mismo se empitona con el Toro de la Vega que como Diana Cazadora.

Olvidemos las mamarrachadas de Montero, sus idas de olla, sus incontables meteduras de cerebro, su escasa predisposición a la crítica -la navarra se largó de su programa pero sólo se despidió de unos cuantos miembros del equipo y ni siquiera subió a la redacción para decir adiós a sus compañeros-, olvidemos, digo, esa hojarasca que la ha mantenido en el plano de la anécdota, pero sin llegar al fondo. El programa de Mariló Montero, con ella o sin ella, es un programa infame, impropio de una televisión pública, un programa que ha hecho de la salud una vía de escape para no hablar en serio de otras realidades, y por eso La mañana huele a orín y sebo. Es una afrenta que la potente maquinaria de TVE esté al servicio de lo necio, de lo marchito. Eso sí, sin Mariló, en La 1 se respira mejor.