Las niñas de los 70 soñaban con Starsky y Hutch y bailaban con el hulahop. Pero el tiempo pasa. Raquel Martos habla en «Los besos no se gastan» (Espasa), su primera novela, de la fuerza de la amistad entre dos mujeres.

Los besos no se gastan, ¿es de lo poco que todavía podemos derrochar?

Sí, ya quedan pocas cosas, estamos en época de contención pero besos sí podemos.

Su historia es un canto a la amistad, ¿más fiable, leal y estable que el amor?

Yo creo que es así. Creo que las parejas que permanecen mucho tiempo juntas en parte es porque tienen una gran base de amistad. Y, además, la amistad es una forma de amor.

¿Es una novela de mujeres?

Es un universo femenino sin duda, pero no creo que sea una novela que sólo puedan entender las mujeres. Los personajes masculinos, aunque están en un segundo plano, tienen una gran influencia en ellas.

Las protagonistas representan a la mujer triunfadora en lo profesional sacrificando lo personal y la que renuncia a su carrera por la familia. ¿Esto demuestra que estamos aún muy lejos de la igualdad?

Eso, y nuestra eterna insatisfacción. Las mujeres le pedimos a la vida mucho y nos volcamos y no recibimos tanto en ocasiones.

Lucía dice que su vida no se parece en nada a la que imaginaba de niña. ¿En qué momento del camino dejamos atrás nuestros sueños infantiles?

No es que perdamos la capacidad de soñar, es que la dejamos aparcada. Pero siempre queremos volver a sentir eso. Y lo necesitamos. ¿En qué momento? En ese momento en el que decides, en tu trayectoria vital o profesional, la prioridad, como triunfar en la carrera o ser madre. Y las mujeres nos olvidamos de lo que nos hace felices y un día te despiertas y dices ¡se me está yendo el tiempo! Y tenemos esas revoluciones, nos cortamos el pelo o nos buscamos un amante...

Hay risas pero también lágrimas.

Como la vida misma. Pero el mensaje es que hay que vivirla, aprovecharla al minuto, porque los minutos sí se gastan. En estos días tan duros percibo por un lado la tristeza, la depresión general y, por otro, la necesidad de «vamos a tomarnos una copa».

¿La amistad y los recuerdos de la infancia son refugios para este chaparrón?

Totalmente. La infancia es un lugar cómodo. Hay niños a los que se lo robamos y me parece un delito. La infancia es un territorio confortable, todo lo que tienes lo valoras, lo puedes soñar todo y todo es posible.

Evoca aquella TV en blanco y negro y los payasos de la tele. ¡Cuánto ha cambiado!

Absolutamente. A mí me gusta mucho cuando dicen del programa en el que trabajo que es un programa familiar y me saludan los niños como si yo fuera Miliki. Porque recuerdas lo importante que era para ti la tele. Ha cambiado mucho porque ha cambiado mucho la sociedad.

¿Qué hace una chica tímida en un programa como «El Hormiguero»?

Tirarse a la piscina. Intentar superarlo. No tienes ni idea de la exposición pública que supone hasta que sales a la calle. La tele multiplica cualquier cosa que hagas. Y luego las mujeres y la imagen... una esclavitud brutal.