Apunta formas y virtudes que no son muy comunes entre los directores debutantes y de las que conviene tomar nota de cara a un futuro en el que el director y coguionista Nicolas Silhol tenga un lugar propio en el cine galo.

Porque en su opera prima ha sabido trasladar al público con convicción y con un eficaz diseño dramático un tema, el de los suicidios que se llevan a cabo en una empresa multinacional como consecuencia de las presiones que sufren de sus jefes, muy delicado y proclive a que pierda su difícil equilibrio.

Por eso y aun reconociendo que algunos momentos clave podían haber sido más contundentes, es de agradecer que no se caiga en un maniqueísmo deplorable con toques pasados de rosca.

La inspiración le vino al realizador de unos inquietantes sucesos reales acaecidos en la empresa France Telecom, que provocó nada menos que una treintena de suicidios entre 2010 y 2011, creando al respecto un clima casi de pánico en el sector. A partir e ahí, elaboró con Nicolas Fleureau un guion que saca a la luz los métodos coercitivos de una multinacional tecnológica, Esen, de cara a conseguir que sean los propios trabajadores los que decidan dejar la empresa.

El personaje de Emilie es ideal para que nos introduzcamos en el ámbito laboral y veamos los métodos de trabajo de la responsable de Recursos Humanos, cuya misión prioritaria es algo parecido a hacer la vida imposible del personal que se considera innecesario. Un papel que desarrolla con satisfacción de parte de sus superiores, hasta que uno de los empleados, que sufría ese tipo de acoso, se suicida arrojándose por la ventana.

Esta tragedia laboral marca para Emilie un antes y un después, de forma que su actitud sufre una mutación radical llevando a la protagonista a «cambiar de bando», enfrentándose a su jefe y logrando testimonios muy valiosos para delatar a quienes eran hasta muy poco antes, incluida la inspectora de trabajo, sus aliados. Falta, quizás, un toque de mayor profundidad y de intensidad pero sin que se pierda nunca el buen rumbo elegido