Cambia el sentido de la novela original, tanto al situar el relato en los años cincuenta, en lugar de los treinta, como al dulcificar los personajes y las anécdotas de la película, convirtiendo esta última en una comedia infestada de ingenuidad que solo esporádicamente consigue dar en la diana con sus resortes humorísticos. De tal modo es así que desaparecen por ensalmo detalles relevantes, especialmente la amenaza que representaba la expansión del Partido Nacional Socialista en Europa, y todo se relega a mostrar las andanzas de Knock, un bribón simpático que huyendo de su pasado y de unos antiguos socios que le buscan para cobrar sus supuestas deudas, se refugia en la pequeña, pacífica y encantadora ciudad francesa de Saint Maurice.

Aunque no es un producto especialmente detestable, tampoco tiene virtudes que impidan que los altibajos hagan acto de presencia. Podía, en fin, ser peor, pero también bastante mejor. Convertida por tanto en vehículo de promoción del actor francés de color Omar Sy, que se dio a conocer con Intocable y Mañana empieza todo, la cinta trata de divertir sin demasiada fortuna, diseñando un escenario, el pueblo en el que se instala Knock huyendo de unos peligrosos delincuentes, en el que se mueven tipos presuntamente simpáticos pero sin demasiadas luces.

Es por eso que Knock, que se hace pasar por médico sin tener el correspondiente certificado, comienza a prosperar, ganando la confianza de sus nuevos vecinos y aplicando alguna medida, sobre todo la de convertir los martes en día gratuito para quienes asistan a la consulta médica que ha puesto en marcha.

En fin, que el protagonista pasa del infierno al cielo casi sin transición, arrollando a todos con sus formas y su capacidad de seducción. Hay un personaje que escapa a este esquema y que opta por una salida dramática inesperada, pero es solo para lograr la lágrima fácil de una parte del auditorio.

Sin prescindir, por otra parte, de un final tópico en el que vuelven los fantasmas del pasado a intentar aguarle la fiesta.