Puede haber un cineasta con señas de identidad y con recursos para diseñar una realidad no exenta de virtudes, especialmente en el marco de los sentimientos y de la descripción de un entorno humano.

Porque es obvio que esta ópera prima del director valenciano Roberto Bueso, que se proyectó en el Festival de Cine de Málaga, apunta cosas que traspasan las fronteras de la rutina y de los tópicos al uso. Tiene, además, el aliciente de haberse rodado y estrenado en la versión valenciana.

El guion, del propio realizador, remite a una serie de temas clásicos en orden a entrar en terrenos íntimos que han sido objeto de atención en infinidad de largometrajes, pero Roberto Bueso sabe dotarlos del necesario interés.

El argumento es una especie de pirámide afectiva que sitúa en la cúspide de la misma cuestiones como el amor, la amistad, la frustración, el viaje hacía dentro de uno mismo y algo tan típico como la «iniciación».

Sobre todos ellos nos ilustra Edu, un joven músico que se marchó hace años del pueblo para instalarse en el extranjero en su deseo de triunfar cono músico y que ahora regresa al mismo para asistir a la boda de su hermano, lo que le permite reencontrarse con Alicia, que fue el gran amor de su vida pero que nunca llegó a prosperar. Van a ser unos días muy jugosos que sacarán lo mejor y lo peor de cada uno de los personajes, especialmente contenciosos temas que no han llegado a superarse y que todavía, después de algunos años, suscitan recelos y un profundo malestar.

Se va conformando así una realidad a menudo agria que se nutre todavía de esa música que les llevó a sentirse estrechamente unidos con las bandas que suministraban calor y color a las fiestas locales y que tanta tradición sembraron.

En fin, aunque con algunos altibajos y un exceso de frialdad, la película llega a captar esencias de unos sentimientos que vuelven a cobrar vida y a subrayar cosas que puede compartirse con un sector del auditorio.