Calificación: **½ | Dirección: Albert Pintó. | Guion: Ramón Campos, Gema R. Neira, Salvador Serrano y David Ores. | Fotografía: Dani Sosa. | Música: Frank Montasell y Lucas Peire. | Intérpretes: Begoña Vargas, Ivan Marcos, Bea Segura, Sergio Castellanos, Iván Remedo, Concha Velasco, José Luis de Madariaga, Javier Botet, María Ballesteros. | Nacionalidad: Española. | Duración: 104 minutos.

No hay que echar las campanas al vuelo, en absoluto, porque sería un grave error, pero tampoco hay que despreciar o incluso marginar un producto de terror como éste que supone una oferta bastante más aceptable de lo que suele dar de sí el género en nuestro país. En efecto, es una muestra de un nivel superior, habría que decir que más genuinamente española y con una consistencia narrativa más cuidada de lo habitual, que viene a ratificar lo que, en menor medida, sugería la película anterior del director Albert Pintó, codirigida por Caye Casas, Matar a Dios (2017), que ganó el premio del público en el Festival de Sitges y cuya originalidad sorprendió a todos.

Con esos méritos almacenados con la ópera prima y que se han hecho realidad en este segundo largometraje, podemos albergar esperanzas de futuro. A pesar de que algunos han hablado de versión made in Spain del filón de las innumerables historias de casas embrujadas, es innegable que hay algo más que eso en la cinta.

Otro factor que llama la atención en un relato inspirado en hechos reales, pero sometido a más que dudosas interpretaciones es, desde luego, la ambientación, esencial para entrar en un escenario muy específico, el Madrid de 1976, solo un año después de la caída de la dictadura.

Se puede ser, incluso, más preciso, ya que estamos en la calle de Malasaña, en el número 32, en un tercero sin ascensor que acaban de ocupar sus nuevos propietarios, los miembros de la familia Olmedo, que han dejado el pueblo para instalarse en Madrid, convencidos de que tienen ante sí un futuro más prometedor. Eso sí, han invertido en ello los ahorros de toda una vida. Y desgraciadamente, lo que van a vivir no es lo que todos deseaban.

La cámara sigue de cerca a todos los personajes, incluido al abuelo, pero coquetea con más ahínco con Amparo, la hija que se hace mujer y cuya responsabilidad asumirá la joven con una enorme generosidad.