Demuestra que su director, Philippe Le Guay, se desenvuelve con soltura en la comedia y que tiene una especial facilidad para sacar el lado humano de sus personajes y dotarlos de vida. Virtudes que ya se comprobaban en su mejor película hasta ahora, Las chicas de la sexta planta, que se adentraba en el universo íntimo de un grupo de trabajadoras españolas en Francia, y que dieron brillo también a Molière en bicicleta, que mostraba, asimismo, cosas con dosis de encanto. Aunque frente a estos materiales, Normandía al desnudo está en relativa inferioridad de condiciones, en ningún caso hay que relegarla en el conjunto de su filmografía.

La Francia que refleja Le Guay es la de un país en profunda crisis económica que ha movilizado a ganaderos y agricultores para impedir el colapso total de ambos sectores. El decorado es una pequeña localidad de Normandía en la que cunde el pesimismo y el malestar por semejante panorama y en la que toda la población está empeñada en una campaña masiva de agitación que se traduzca en las ayudas gubernamentales.

La casualidad quiere, sin embargo, que en esta coyuntura llegue al pueblo un famoso artista norteamericano, Newman, que se ha hecho famoso en todo el mundo por sus fotos de nutridos colectivos de personas desnudas. Su objetivo es precisamente hacer una de esas fotos en la localidad gala, un empeño harto complicado a tenor de la reacción de unos habitantes que no aciertan a ver el lado artístico del tema y que solo lo contemplan como una obscenidad. El más ferviente defensor de la causa es el alcalde Balbuzard, que es consciente de que un asunto así puede ser decisivo para el futuro de un pueblo que se convertirá con la polémica instantánea en foco de atracción mundial, con lo que ello entraña en el plano económico. Se abre paso así a un relato ameno y a menudo divertido