Ha sido la auténtica plataforma de lanzamiento del actor y director Guillaume Canet, una comedia sobre la amistad, la familia, la soledad y el sexo que supone para el cineasta galo el paso más importante de cara a consolidar su filmografía detrás de la cámara. En ese objetivo, para el que ha realizado ya cinco películas, sus mayores e indiscutibles logros son Pequeñas mentiras sin importancia (2010) y Pequeñas mentiras para estar juntos, dos largometrajes con los mismos personajes que han constituido sendos éxitos en taquilla en el país galo, donde la segunda ha superado los tres millones de espectadores. Y aunque se trata de proyectos de enorme envergadura que, según confesión propia, han traído de cabeza al director, con más de dos horas de metraje, no sería ninguna sorpresa el estreno de una tercera entrega.

Sus virtudes, sobre todo su sentido del humor y su habilidad para abordar los aspectos más relevantes de la sociedad burguesa, no hay que dejarlas de lado. Rodada nueve años después de la primera, uno de sus estandartes es el haber contado con buena parte del reparto, entre ellos el François Cluzet que ejerce de protagonista, junto a Marion Cotillard, Laurente Lafitte, Benoir Magimel, Pascale Arbillot, Valerie Bonneton y Jean Dujardini.

Todos actúan con una notoria credibilidad, dotando a sus personajes de una vitalidad y consistencia que no pasan inadvertidos. El eje de la trama no es otro que Max, que va a ser objeto de una inesperada sorpresa con motivo de su 60 cumpleaños al presentarse en su enorme mansión de playa los amigos que han estado siempre a su lado. El problema es que Max atraviesa una época difícil, una crisis a todos los niveles que ha motivado que las relaciones se hayan enfriado mucho, hasta el extremo de que hace tiempo que ni siquiera se hablan. Una realidad demoledora y exasperante que pondrá a todos al límite de la insensatez y un detonante a punto de saltar por los aires. Eso sí, con destellos de humor casi negro que puede modificar hasta la genética de los presentes.